La foto de la portada nos muestra un rincón, que como todos los rincones —sea que los olviden, los escondan, los aíslen, los desprecien, los pasen por alto o los quieran erradicar—, son a la vez el centro único por donde fluye la experiencia más directa de personas, colectivos, comunidades. Aquí, en la comunidad de Cherán, un anciano se sume en sus visiones de antes y de ahora mientras el mural nos grita con movilización, energía y creatividad social. Este rincón es muy centro, porque además Cherán se volvió emblemática por su lucha de defensa territorial, contra la delincuencia y los malos gobiernos que nunca fueron capaces de defender su bosque antiguo, sus manantiales más sagrados. Así va el mundo. Hay una gran efervescencia que se vive literalmente en todo el planeta. Una avidez por defender la vida propia, el lugar que nos es propio, los ámbitos comunes cultivados durante milenios por la gente. Pero algo está ocurriendo. La gente va desconfiando de los modos institucionalizantes que les vendió la clase política en su afán de poner en el centro del escenario el actuar del Estado-nación y los partidos, cuando que en la maraña legal que vivimos los “usos y costumbres” del poder pesan más de lo debido y tienen alcances insospechados. Lo que se pensaba privativo de Ecuador es un plan piloto en la Unión Europea. Lo que se tramó en México inundó el planeta —excepto África— y fue Revolución Verde, y nadie se dio cuenta que nos cambió la vida y nos desgarró de nuestras estrategias más queridas, las más entrañables por buenas y eficaces a través de los siglos. En América Latina, esa desconfianza se refleja en el trabajo puntual de las organizaciones. Se expande la decisión de no sustituir un proceso de reflexión y resistencia por una movilización que busque solamente reformar algunos aspectos en una ley. Tal vez simplificamos, pero esta decisión marca una actitud nueva, de más compás, de menos zozobra. La gente comienza a negarse a ir tan sólo tras la coyuntura y a la defensiva en respuesta de lo que el Estado, las empresas o la clase política nos quieren imponer. Cuando sólo se quieren cambiar algunos artículos en una ley, o en la Constitución, o en un estatuto internacional, o se quiere desbarrancar un proyecto nuevo de alguna ley nociva, algunas organizaciones menosprecian el corazón del asunto: el proceso de reflexión mediante el que la gente, junta, entiende lo que está en juego, qué acciones se hacen necesarias (no sólo en las calles en alguna manifestación o marcha, sino en las comunidades, en los barrios, en las fábricas, donde todo ocurre), y lo que podríamos hacer en la vida cotidiana en el largo, largo plazo. Si detallamos este proceso, y lo volvemos un intercambio de información y experiencia mutua de las condiciones que cada quien vive según el lugar, la región o la capa social que nos tocó; cuando desplegamos argumentos importantes que nos permitan a todos y todas ver las conexiones entre diferentes aspectos, los diferentes niveles de incidencia, los diferentes ataques que ocurren, entonces nos recuperamos y ya no nos extraviamos tan fácil. La gente que sólo trabaja en incidencia política algunas veces trabaja en ese nivel porque no tiene acceso a las conexiones y experiencias que nos permiten ver el panorama más vasto, donde todo encaja y hace sentido de inmediato. Un ejemplo. En México y en América Latina, alguna gente piensa, incluso con buena voluntad, que se lograría una buena defensa del maíz nativo si se aprobaran leyes que implican registro y certificación de semillas y variedades, en su creencia de que las semillas nativas certificadas evitarán que las semillas genéticamente modificadas entren al torrente de intercambios comunes. Cuando vemos el panorama completo (que los OGM no son sino una de las caras de la misma moneda de la certificación, los registros o derechos de propiedad intelectual), nos queda claro que más temprano que tarde dichas leyes trabajarán contra nosotros. Si nos empeñamos en conseguir y gestionar buena información, de fuentes probadas y canales de confianza, y vamos armando juntos el rompecabezas de todas las piezas, realmente por abajo, por largos y significativos periodos de tiempo, construyendo relaciones reales, no meramente rituales o “profesionales”, terminaremos entendiendo cómo defendernos de los efectos de leyes como las mencionadas. Porque el punto crucial es no legitimar el proceso de privatización que cualquier registro o certificación entraña. El estrecho horizonte de las leyes de propiedad intelectual no alcanza a abarcar una discusión cuyo centro son relaciones complejas de siglos. En América Latina, la gente comienza a estar muy conciente de estas implicaciones, y busca entender la complejidad, el entramado. Por eso los pueblos y las comunidades están cada vez más claros en las demandas: defensa de los territorios, es decir de la tierra, el agua, las semillas, el bosque, los sistemas de saberes tradicionales y contemporáneos, la defensa de sus estrategias de subsistencia, el rechazo de las leyes que son nefastas e injustas, el rechazo de la privatización de la vida y por ende de los derechos de propiedad intelectual y de los transgénicos, especie de grilletes biológicos para que las semillas no desplieguen su potencial de transformación, para que la semilla tenga siempre un rasgo impuesto que es como el código de barras de los artículos en las tiendas. Cuando asumimos como horizonte de lucha este larguísimo plazo, y ese sistema de complejidad, entonces sin expectativas pero con una actitud de experimentación podemos embarcarnos en movilizaciones puntuales para cambiar una ley, o para impedir alguna jugada importante de alguna empresa o de algún gobierno. La gente sabe, de antemano, que ningún resultado final se decidirá en las cámaras. Lo crucial lo decidirá el paciente trabajo de plazo perpetuo por resistir y transformar las condiciones que buscan imponernos. Y tal vez un cambio en la ley o en la jugada nos abran posibilidades. Pero nuestro ojo está puesto en otra parte. Muchas veces ninguna reforma es posible. Algunas veces perdemos. Pero si sabemos lo que está en juego, entonces, siempre que sea posible, cuando ocurra algún hueco en la maraña que mantiene fijas las cosas, buscaremos revertir la serie compleja de condiciones que nos impiden reforzar y defender nuestros modos de vida y los ámbitos comunes que los hacen posibles. No debemos excluir ni las manifestaciones ni la incidencia política en aras de cambios en las leyes. Pero habría que entenderlos como parte de un proceso más vasto, más largo, más complejo. Para mucha gente, el punto crucial es abrir espacios de diálogo en todo rincón, porque todo rincón es un centro. Y alimentar estos espacios de diálogo con herramientas de información y reflexión que nos permitan tener un gran panorama, nos abrirá el horizonte y nos dará la esperanza de no estar a ciegas, sino tejiendo, conectando, entendiendo. Biodiversidad