Avelina Ramírez, lista para la jornada. Foto: Consuelo PagazaPor Consuelo Pagaza, Valle de San Quintín, Baja California, MéxicoSon las tres de la mañana, el aire frío de la madrugada y el espesor de la penumbra comienza a interrumpirse tenuemente por las luces proyectadas desde las ventanas de las casas de cemento gris, madera y láminas. Ya entre las calles improvisadas de terracería, se perciben pisadas que van de prisa y algunos murmullos.A eso de las cuatro, a contraluz de los faros de un autobús, se alcanza a distinguir a una mujer empujando una carriola. Es Esperanza. Debe levantarse desde las tres, para alistarse, hacer el desayuno y el almuerzo para ella y su esposo, y para preparar la pañalera de su bebé, que debe dejar en un espacio seguro, por lo regular con una mujer de confianza, antes de abordar los camiones que les llevarán a su trabajo.Esperanza y otras muchas trabajadoras agrícolas no gozan del derecho de guardería, deben buscar a alguien de los vecinos que las apoye cuidando a sus hijos mientras ellas trabajan hasta las seis o siete de la noche, y descontar de su pago diario el servicio que les prestan.En otras casas, desde las tres y media de la mañana ya se escuchan algunos sones de Oaxaca en la cocina, a través de la radio del Valle de San Quintín, XEQIN.Avelina le sube un poco al volumen y comienza a sacar los ingredientes para hacer la masa de las tortillas grandes de harina para rellenarlas con huevo, que estén listas para el desayuno y el almuerzo.“¡Mamá, buenos días!” Su hija, en la mesa de la cocina, se encarga de preparar para ella, su hermana y su madre las mochilas y los “paliacates”, los pañuelos que usan para trabajar en los ranchos de las transnacionales agrícolas. Otra de sus hijas se apresura a apoyar a Avelina preparando comida.Deben de darse prisa para no perder el autobús, así que antes de desayunar se van dando tiempo para regresar a sus cuartos a terminar de alistarse, antes de salir a trabajar. Se acercan al espejo y comienzan a ponerse los tres paliacates que cubrirán su rostro por completo dejando sólo los ojos descubiertos —y así se protegen del sol, de la tierra, pero sobre todo de los químicos con los que diariamente trabajan en las cosechas. Sobre el pantalón se colocan una falda, una blusa o un suéter, un pulóver de manga larga.Antes de salir, Avelina le entrega el almuerzo a sus hijas y esposo, que trabaja como vigilante en uno de los ranchos. Toman su mochila, su azadón y emprenden la salida de su casa. Conforme caminan, a lo lejos se escuchan varias pisadas que van de prisa. Son otras y otros trabajadores agrícolas, que se van integrando al ritmo del paso veloz para llegar a la carretera, donde pasará el camión que les lleva al rancho de las trasnacionales a trabajar. Muchas de las ofertas de trabajo están en cartulinas pegadas en los postes de luz de la carretera o se enteran de ellas por redes sociales.Es inevitable notar que las otras mujeres también usan una falda sobre el pantalón. Avelina cuenta que es para protegerse de los químicos, pero sobre todo “por el acoso hacía las mujeres; es una manera de sentirse protegidas” porque la mayor parte de las horas los trabajadores y trabajadoras realizan su trabajo con el cuerpo inclinado.Al acercarnos al parque del pueblo, podemos ver una aglomeración de personas en la carretera, esperando la llegada de los camiones, uno tras otro van haciendo parada. Se trata de más trabajadores y trabajadoras agrícolas que se dirigen al parque a esperar con café en mano y pan ofrecido en los puestos colocados desde las tres de la mañana.Tras la llegada de autobuses se escuchan las ofertas de los mayordomos para reclutar personal en los ranchos agrícolas: “¡cebolla!” “¡pepino!” “¡fresa!” “200 pesos el día”, en una jornada que puede terminar hasta las primeras horas de la noche.Así transcurre la madrugada en el Valle de San Quintín. Comienzan aparecer los primeros rayos del sol. El parque, las calles comienzan a quedar desiertas de jornaleras y jornaleros que salen a trabajar diariamente. Mientras el resto del mundo duerme, ya comienza el día a día para la gente que labora en el Valle.Avelina Ramírez López es trabajadora agrícola y secretaria general del Sindicato de Jornaleros Agrícolas (SINDJA). Cuenta que en los ranchos, jornaleras y jornaleros pueden realizar muchas tareas como plantar, el deshoje, el corte, tender hilo o “trinear”. La mayor parte del tiempo el trabajo lo realizan agachados, no pueden enderezarse unos minutos porque son vigilados por los mayordomos, que le avisan al patrón.Sólo hasta que llenan la carga se pueden incorporar para entregarla. Hay quienes cargan varios botes a la vez de cebolla, pepino, con la intención de avanzar y cargar más pero al poco tiempo les causa serios problemas de salud en la columna. Dice que el pago depende de lo que ofrezcan en cada rancho. El cultivo mejor pagado es la fresa, pues no se trabaja por hora sino sin límite de tiempo, hasta que se haga el corte del día. En las manos de Avelina, es evidente que sus dedos terminan muy lastimados, por las llagas debajo de las uñas.Avelina tiene una gran preocupación por las condiciones en las que trabajan los jornaleros y jornaleras, en especial las mujeres por la doble carga de trabajo que realizan en casa y en el surco. Describe cómo en los ranchos hay letreros grandes donde establecen las obligaciones, el reglamento que debe cumplir quien labora, pero que no hay un letrero grande que diga cuáles son las obligaciones del patrón, de los dueños de los ranchos agroindustriales y los derechos de los trabajadores.En los ranchos no les dan herramientas, uniformes o equipo de protección contra las fumigaciones que causan urticaria o daños severos en la piel. Eso corre a cuenta de trabajadoras y trabajadores. Falta la capacitación o un buen seguro de salud, que la gente tenga la certeza de que si acude al centro de salud estará limpio y con las medicinas que requiere.“Con la pandemia en algunos ranchos sí nos insistían de los cuidados como la distancia o lavado de manos, pero si alguien, jornalera, jornalero, se sentían mal, sólo les mandaban de regreso a sus casas pero sin ningún pago o apoyo en lo que se recuperaban. Eso significaba que no llegaba sustento a la casa así que no había tiempo para sentirse mal y había que regresar a trabajar al rancho, en cuanto se pudiera.”Luego de darse un baño, Avelina y sus hijas lavan diariamente su sudadera, los pantalones y paliacates para evitar que los químicos de las fumigaciones les causen daño. El agua con la que lavan es un gasto extra que deben hacer porque en la mayor parte de las colonias del Valle de San Quintín no cuentan con agua potable, así que deben de contratar pipas para que no les falte.Desde que comenzó a organizarse con otras mujeres jornaleras, maestras, mujeres indígenas para fundar MUDJI (Mujeres Unidas en Defensa de las Jornaleras e Indígenas), su principal interés ha sido apoyar y enseñar a las mujeres a defender sus derechos como trabajadoras y de género. Han trabajado para que MUDJI se convierta en un espacio de confianza, y que las mujeres del Valle se informen, se sientan acompañadas, organicen “cafecitos” y puedan expresarse libremente sobre los abusos que sufren en los ranchos, en la casa; cómo está su ánimo. Que puedan fortalecer su autoestima y no permitan ningún tipo de abuso. Jyreh, hija de Avelina que trabaja junto a su mamá, cuenta que hacen talleres y exposiciones didácticas itinerantes en varias comunidades, donde se reúnen de cinco a diez mujeres, y que el mensaje llegue lejos.Avelina ha estado dando seguimiento a las denuncias sobre los abusos a quienes laboran por parte de mayordomos y patrones, del personal que trabaja con la empresa. Se ha estado denunciando, se han estado haciendo videos de abusos y violaciones a los derechos laborales en diferentes campos en el Valle.“No hace mucho aquí se acaba de aprobar el trabajo infantil, estamos tratando de ver cómo manejar eso y en qué apoyar. Tenemos la idea de que si los empresarios y el Estado no pueden garantizar protección a los derechos de las personas adultas, mucho menos a quienes sean menores de edad, que deben de trabajar mínimo sus 4 o 6 horas, no pueden trabajar una jornada de más de 12 horas como lo hacen lo adultos. Queremos evidenciar el esfuerzo físico que hacen mujeres embarazadas, adolescentes y niñas que trabajan por necesidad. Nos preocupa la explotación infantil por parte de los familiares, cuando los padres sacan a sus hijos o hijas de la escuela para ayudar en casa.”Comienza a hacer mucho viento en el Valle, la ropa en el tendedero del patio se mueve de un lado a otro con fuerza, la luz del sol comienza a bajar así que cuando hay tiempo, Avelina y su familia caminan a la playa, juegan a la pelota y despiden el día. Regresan temprano a casa, preparan la cena y descansan.