En el ámbito rural, y en las ciudades aumentan en frecuencia los incendios forestales, pero también se intensifican. Se dice: es el cambio climático, los aumentos desmesurados de la temperatura. Es la sequía, la carencia de agua, que parece apoderarse del planeta. También se señala la mano de hombres y mujeres, grupos empresariales o cacicazgos regionales ávidos de tierra, de empujar la frontera agrícola y acaparar tierra, crecer sus plantaciones de banano, mango, piña, agave, pero ahora aguacate u hortalizas en invernaderos que proliferan. Esa gente no se tienta el corazón para provocar incendios. No importan los desequilibrios posibles, la pérdida de vidas humanas, las fincas y rancherías destruidas. Tampoco importa la plenitud de la vida silvestre. Todas las causas anteriores se interconectan. Son las granjas industriales, el efecto invernadero de la producción y el transporte. El sistema capitalista industrial, porque no hay duda, tampoco, que los porcentajes de incendios intencionales son altos en cualquier parte del mundo. Para quienes provocan los incendios nada importa. El fuego abrasa no sólo el bosque, o la tierra, sino las actitudes de quienes buscan controlarlo todo sin que medie razón lógica y mucho menos justicia.