Es imprescindible reconocerle a los campesinos y a las comunidades indígenas el control sobre sus territorios. Sólo así podremos enfrentar la crisis climática y alimentar a la creciente población mundial. En el momento en que los gobiernos convergen en la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU en Lima, Perú, el brutal asesinato del activista indígena peruano Edwin Chota y otros tres hombres del pueblo ashaninka el pasado septiembre arroja luz sobre la conexión entre la deforestación y los derechos indígenas al territorio. La verdad es muy llana y está a la vista: la forma más efectiva de evitar la deforestación y los impactos en el clima es reconocer y respetar la soberanía de los pueblos indígenas sobre sus territorios. Los violentos conflictos agrarios en Perú también arrojan luz sobre otro asunto de igual importancia para la crisis climática, y que ya no puede ignorarse: la concentración de la tierra en las manos de unos cuántos. En Perú, las fincas pequeñas, de menos de 5 hectáreas, representan el 78% de todas las fincas del país, pero ocupan menos del 6% de las tierras agrícolas. Esta perturbadora cifra refleja la situación global. A nivel mundial, las fincas pequeñas son el 90% de todas las fincas, pero ocupan menos de la cuarta parte de la tierra agrícola. Éstas son muy malas noticias para la crisis climática. El despojo de los territorios de los pueblos originarios ha dado paso a una extracción insustentable y destructiva, y el despojo de las tierras campesinas sentó las bases para un sistema agroalimentario industrial que, entre otros muchos de sus efectos negativos, es responsable de 44-57% de las emisiones de gases con efecto de invernadero. La alimentación podría no tener el peso excesivo que tiene en la crisis climática. GRAIN calcula que una redistribución mundial de tierras a los campesinos y las comunidades indígenas, articulada con políticas que fomenten el comercio local y corten el uso de químicos, puede reducir a la mitad las emisiones globales de gases con efecto de invernadero en unas cuántas décadas y detener significativamente la deforestación. Con sólo reconstituir la materia orgánica que se le fue extrayendo al suelo por décadas de agricultura industrial, los campesinos podrían devolverle al suelo un cuarto de todo el dióxido de carbono excedente que ahora está en la atmósfera. Restituir la tierra a las comunidades indígenas y campesinas es también el modo más efectivo de enfrentar el desafío de alimentar a una creciente población mundial en una época de caos climático. Los datos globales disponibles muestran que los pequeños productores son más eficientes en la producción de alimentos que las grandes plantaciones. En las fracciones de tierra que mantienen, los campesinos y las comunidades indígenas continúan produciendo la mayor parte de los alimentos del mundo – 80% de la comida en los países “en desarrollo”, dice la FAO. Incluso en Brasil, una potencia de la agricultura industrial, las fincas pequeñas ocupan una cuarta parte de la tierra agrícola pero producen 87% de la yuca del país, 69% de los frijoles (o porotos), 59% de sus puercos, 58% de los lácteos, 50% de los pollos, 46% del maíz, 33.8% del arroz y 30% del ganado. La doble urgencia de alimentar al mundo y enfriar el planeta puede enfrentarse. Pero nada se cumplirá si la reunión de los gobiernos en Lima continúa ignorando y reprimiendo con violencia las luchas de los pueblos originarios y campesinos en pos de sus territorios.