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Editorial #110: exilios, devastaciones, regeneraciones

by Biodiversidad | 22 Nov 2021
Cruce de Guatemala a México en El Naranjo, Tabasco Foto: Prometeo Lucero


En la foto vemos a gente que recorre la línea fronteriza buscando el paso, el transporte, la conexión, el refugio, el escondite. Un breve espacio del tiempo, como cantan por la radio, que se cuela aquí y allá y marca el pulso de acontecimientos fuera de su relación inmediata. De algún modo huyen, huyen hacia adelante. Su exilio, su viaje, su emigración, son un confrontarse con el futuro pero ya, ahora, porque su pasado (por más reciente que sea) es insufrible.

El mundo como lo conocíamos se va apagando. Cobran volumen y foco la promoción de una era digital que dicen nos volverá más vastos e inmediatos. Que resolverá, como bien dice Larry Lohman, todos los problemas de “confianza” que la “falta de seguridad” le acarrea a la gente. ¿A qué gente?, nos preguntamos. Si el acaparamiento de tierras ya se hace digital mediante registros a modo, si ya se buscan los catálogos de semillas, los registros de población, los escondrijos de capitales, todo digital, con absoluta confianza de quienes detentan estos libros contables digitales.

La destrucción del lenguaje no les importa, la destrucción de las relaciones que significaron la vida durante milenios les importan mucho menos.

Promueven los organismos genéticamente modificados. Promueven la edición genética, promueven los plaguicidas y fertilizantes agrotóxicos, los cañones anti-granizos, las granjas fabriles de pollos y chanchos, las ciudades de invernaderos, el apoderamiento del agua para múltiples usos (automotrices, embotelladoras, fracking, minería, invernaderos, criaderos industriales, procesos de la petroquímica y la siderurgia que envenenan el agua y el agua en el aire o en el subsuelo). Promueven también la privatización de las semillas, la propiedad intelectual rompiendo las relaciones que han posibilitado la vida durante milenios, como ya dijimos.

De eso hablamos. De posibilitar la vida en la tierra. De mantener la relación con la tierra, con eso que llamamos naturaleza, y posibilitarla, reivindicando tales relaciones que mantienen el rumbo y la atención puesta en lo fundamental.

Pero la superposición de procesos de acaparamiento y devastación van recrudeciendo las posibilidades de subsistencia de la gente en sus comunidades, en sus entornos vitales, en sus ámbitos de reproducción. Es el envenenamiento del agua, del aire, del suelo, de los cuerpos de las personas, desde niños y niñas hasta la gente de más edad y los animales con quienes convivimos. Pero también es la destrucción de ciclos fundamentales, que desencadenan catástrofes. Destruir el bosque es promover la erosión de los suelos, desterrar polinizadores, aplastar los procesos de biodiversificación, y provocar la intromisión de gente que con violencia va imponiendo lo que les parece que va a dar ganancia. Cuando eso se extrema y se conjuntan tantos procesos destructivos entramos en eso que llamamos zonas de sacrificio.

A fines del 2020 hubo una caravana en México para constatar esas zonas intensas de devastación, zonas provocadas, producidas paso a paso por compañías de todo tipo que apalancadas en los tratados de libre comercio van tejiendo todo tipo de proyectos de muerte, que son impuestos, cuando hay resistencia fuerte, con grupos armados, y con el ejército y las policías, que sin miramientos imponen la devastación y el silencio de quienes sufren tales agravios.

En este número documentamos, gracias a varias organizaciones de América Latina, once zonas de sacrificio en Ecuador, Venezuela, Bolivia, Chile, Argentina y México, sabiendo que el metabolismo de la destrucción tiene pasos, efectos que saltan los entornos de muerte y alcanzan otros espacios.

Los medios han difundido la triste y terrible noticia de cómo se reprime salvajemente, con la punta del pie, garrotazos y golpes de escudos, jalones y arrastrones a las y los integrantes de una caravana de migrantes procedentes de Centro América, Haití y varias regiones de África por haber tenido que huir de las extrema condiciones de inviabilidad y violencia, por haber sido expulsados también de su relación con su tierra y la naturaleza. Las escenas de un hombre sosteniendo a su bebé entre los escudos golpeadores de la Guardia Nacional mexicana que los derribaban y los volvían a derribar cada vez que el hombre se levantaba con el niño en brazos, nos debe transmitir algo más que una escena de terror. Algo debe cambiar. Algo está siendo usado sin miramientos para destruir todo lo que nos arrebatan desde el poder para luego destruir a la gente que huye de tales devastaciones.

El enorme éxodo latinoamericano hacia Estados Unidos y el Norte en general (sobre todo centroamericano y mexicano), es ahora también una nueva oleada que viene de África, por diversas rutas del océano, tal vez emulando algunas de las antiguas vías de navegación de los buques negreros, o apostando a viajes aéreos no muy publicitados. Se dice que una de las fuertes puertas de entrada está siendo Colombia, desde donde los migrantes africanos viajan hacia el Norte.

Apenas el año pasado, ante la nueva política migratoria mexicana que busca imitar a su contraparte estadunidense en la vejación, confinamiento y cerrazón de la que es capaz la autoridad migratoria, incluso se organizó una asamblea de migrantes de África exigiendo demandas puntuales al gobierno mexicano.

Y mientras, México, atrapado en sus ataduras pactadas con el T-MEC, aunque siga frenando el flujo migratorio del Sur con represión salvaje y confinamientos viles, también sirve de filtro para que a la frontera con Estados Unidos llegue cierta parte de esa población viajante y que tarde o temprano (si no logra evadir los enormes cercos y emboscadas que les tienen preparados), será aprisionada por la telaraña industrial del complejo de vigilancia y confinamiento fronterizo, que con tecnología digital “para brindar confianza y seguridad”, rastreará, cercará, apresará, para después mantenerles en un confinamiento lucrativo para todo un consorcio de cárceles privadas en territorio estadounidense.


Entre las zonas sacrificiales, reflejo directo del atropello constante y complejo del capitalismo industrial, que se va comiendo al mundo, y el confinamiento lucrativo que le tienen destinado a los y las migrantes considerados “de peligro a la seguridad nacional estadounidense”, existe sin embargo una pléyade de resistencias que insisten en nuestra relación con la tierra, en buscar la soberanía alimentaria, defender nuestros bosques, nuestras semillas, nuestras aguas y nuestros ámbitos de comunidad, que simbolizan desde siempre y para siempre lo mejor de la humanidad. Biodiversidad quiere reflejar esos intentos, esa emoción de mantenernos en relación con los fundamentos de la vida.

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Author: Biodiversidad