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Agroecología para la soberanía alimentaria

by Acción por la Biodiversidad | 3 Feb 2021
Apicultores de la Sociedad Rural Kabi Habin, en Blanca Flor, Quinata Roo, México.
Foto: Henry Picado



Tierra, semillas y territorios libres de violencias. La crisis alimentaria a nivel mundial cobra mayor vigencia cada día. Por un lado, la calidad de los alimentos preocupa a quienes pueden acceder a ellos; por otro, es cada vez mayor la cantidad de gente que no accede a una alimentación saludable. Los dos aspectos de este conflicto comparten una misma raíz: un sistema agroalimentario industrial que se ha desviado del objetivo de alimentar a los pueblos, para convertirse en un multimillonario negocio que está destruyendo el planeta y la salud de las personas.

Como respuesta a la crisis generada por el agronegocio surge, en la década de 1980, la agroecología: una propuesta para resolver integralmente las problemáticas que el propio agronegocio genera. Hoy, sin embargo, el modelo agroindustrial (inmerso en una inevitable crisis) pretende reinventarse buscando una imagen que lo desligue de los crímenes que, desde hace décadas, viene perpetrando contra la naturaleza y los seres humanos.

Agroecología es hoy, entonces, un término en disputa.

Desde las organizaciones campesinas, de productoras y productores socioambientales y medios de comunicación alternativos proponemos una agroecología de base campesina, heredera de 10 mil años de agricultura, cuyo objetivo principal es la soberanía alimentaria de nuestros pueblos. Cuando hablamos de agroecología de base campesina, creemos esencial tener en cuenta dimensiones sociales, políticas y medioambientales, y no sólo las técnicas o prácticas agronómicas para producir alimentos. Eliminar el uso de agrotóxicos es central para tener una alimentación sana, pero hay muchos otros aspectos importantes a tener en cuenta. No podemos, por ejemplo, pensar en la producción de alimentos sin cuestionar profundamente las condiciones en que se producen, y sin reconocer y visibilizar los saberes que hace años forman parte de los sistemas productivos. Una agroecología de base campesina debe construirse a partir de la lucha por el territorio en manos de los pueblos, con circuitos de comercialización locales y de intercambio justo, donde las relaciones no prioricen el negocio, sino la solidaridad, la defensa de los bienes comunes, la biodiversidad y la construcción de relaciones más justas y espacios libres de violencias.

¿Por qué decimos que el concepto de agroecología está en disputa? Porque, desde hace algunos años, las corporaciones y los Estados se están apropiando de la palabra agroecología, otorgándole un sentido muy distinto. Plantean, sí, la eliminación del uso de agrotóxicos en la producción; pero no cuestionan el resto de sus prácticas que son igual de dañinas, como el uso de maquinaria pesada, la concentración de la tierra, el control corporativo de las semillas, las plantaciones de monocultivos o las relaciones desiguales con trabajadoras y trabajadores rurales. Así se pretende quitar a la agroecología sus múltiples dimensiones, para reducirla a una técnica uniforme y estandarizada que no cambie la esencia del modelo agrícola dominante. Es importante resaltar que la agroecología, para estos sectores, es entendida sólo como un negocio y no como una forma de alimentar a los pueblos.

Nos proponemos pensar disparadores que contribuyan a fomentar y enriquecer el debate colectivo. Nos enfocamos en tres ejes que consideramos esenciales a la hora de pensar una agroecología de base campesina: la construcción, desde las bases, de un feminismo campesino acorde a las realidades y necesidades de los territorios y sus habitantes; el rescate y la difusión de los saberes ancestrales que permitieron preservar y reproducir las semillas nativas y criollas durante generaciones; el reclamo por el acceso a la tierra por parte de campesinas y campesinos que la trabajan, con la reforma agraria integral como única forma de lograrlo.

Agroecología no es sólo una forma de producción sin químicos, es un montón de cosas más. Es una forma de vida. Es estar vinculado con el lugar donde uno está, en el lugar de producción y en el lugar de venta. Para todo lo que producimos, el principal lugar de venta es la misma comunidad. No nos ponemos como objetivo la venta de productos orgánicos hacia otros lados; queremos que estos alimentos se aprovechen en nuestra zona. Creemos en pertenecer a un grupo, en el trabajo en red y en las relaciones. No nos interesa estar produciendo en el campo y desvincularnos de lo que pasa después con nuestros alimentos, ni tendría sentido producir sin agrotóxicos para que ese alimento sea destinado a la clase social que más poder adquisitivo tiene, ni trasladarlo lejos de donde estamos. En la agroecología está presente lo productivo, pero también lo ambiental, lo social, lo cultural, lo económico, el acceso a la tierra y tener una mirada colectiva.

Andrea Tortorolo y Gabriel Arisnabarreta, de la chacra La Bonita, Saladillo, provincia de Buenos Aires, Argentina

Construcción de un feminismo campesino. Cada uno de los alimentos que llega a nuestra mesa es producido y sostenido por una trama de relaciones sociales. Muchas veces, estas relaciones están cargadas de violencia y opresiones. La agroecología que queremos apunta a construir vínculos más justos, más solidarios, más cooperativos, para que todos los ámbitos de producción y reproducción de la vida sean sostenibles y saludables. Pensar este tipo de relaciones nos lleva, necesariamente, a pensar en las opresiones instauradas por el sistema patriarcal; sistema del que también forman parte los ámbitos rurales.

La realidad de las mujeres está atravesada por múltiples violencias, de índoles física, económica y simbólica. Ante estas situaciones, el diálogo y la escucha entre compañeras comenzó a crecer y a naturalizarse, generando debates y fomentando la organización como forma de enfrentar estas violencias en forma conjunta. Así, fue quedando en evidencia que lo que le pasa a una es parte de un relato colectivo que da cuenta de un problema estructural, y no solo de experiencias individuales.

La doble carga de tareas que representan el trabajo productivo y el sostenimiento de las tareas de cuidado, sumada a la devaloración de los saberes en torno a la salud, al uso de plantas medicinales y al manejo de cultivos que históricamente han realizado, son aspectos que forman parte de un sistema que subordina a las mujeres, y que se expresa de forma violenta. Por fortuna, esta forma de opresión es cada vez más cuestionada y, poco a poco, la reemplazan nuevas configuraciones.

Teniendo en cuenta este panorama, destacamos el rol de las mujeres rurales, quienes, históricamente, han cuidado y compartido las semillas, los saberes de plantas medicinales, el suelo y la salud a la vez que, paradójicamente, son quienes menos participación tienen a la hora de decidir qué producir, cómo producir y cómo administrar los ingresos que reciben por sus producciones. Cuando decimos que la agroecología no puede pensarse de manera aislada, damos cuenta también de este proceso de visibilización de las desigualdades sufridas por las mujeres rurales. Hablamos de la urgencia de la plena conquista de derechos, en defensa de su autonomía, de la biodiversidad y, en definitiva, de sus saberes.

Es necesario un cambio de paradigma en las relaciones, y con ello también el cambio en la forma de producir alimentos, cargada de violencia y dominación hacia las mujeres y las diversidades sexuales. Sin lugar a dudas, el feminismo campesino y popular es una respuesta colectiva a estas problemáticas.

Cuando hablamos de feminismo, al igual que cuando hablamos de soberanía alimentaria, nosotras hablamos de derechos: de los derechos de las mujeres, de los derechos de la madre tierra, de campesinas y campesinos. Entonces ¿cómo hacemos una mixtura, desde nuestros derechos, que nos dé un marco frente a la sociedad a la que aspiramos?

Francisca “Pancha” Rodríguez, de Anamuri, Chile

Semillas nativas y criollas. Nuestra historia como pueblos está, en gran parte, relacionada al camino de las semillas agrícolas, que vienen siendo seleccionadas, mejoradas, conservadas e intercambiadas por las mujeres desde hace más de 10 mil años. Alrededor de las semillas se construyeron comunidades, mercados y, más tarde, ciudades. Decimos que ellas son la base de nuestra alimentación y, por eso, quien controla la semilla controla toda la cadena de producción y comercialización de alimentos.

Si hoy la tierra es uno de los puntos fundamentales para poder producir, las semillas vienen inmediatamente después. Sin semillas no tenemos cómo discutir un nuevo modelo de agricultura. Ahí los conocimientos técnicos y científicos junto a las prácticas agrícolas campesinas son fundamentales. La defensa de las semillas criollas junto a la lucha contra los transgénicos fueron centrales para el MPA desde el inicio.

Gilberto Schneider del Movimiento de Pequeños Agricultores (MPA), Brasil

A partir de la instauración de la agricultura industrial, las semillas nativas y criollas y sus saberes están en peligro. Tras la denominada Revolución Verde —impuesta por el agronegocio en la década de 1960— se fueron creando mecanismos para que las familias agricultoras dependan de las semillas corporativas, bajo el discurso que anunciaba que no era posible alimentar al mundo sin semillas híbridas o, como las publicitaban, “mejoradas”. Luego, se las modificó genéticamente para ser “más productivas”, tóxicas a los insectos, y resistentes a los agrotóxicos; lo que permitió a las empresas adueñarse de las semillas por medio de los derechos de propiedad intelectual, ya sea a través de leyes de semillas o de su patentamiento.

Cuando decimos que quien controla la semilla controla toda la cadena de producción de alimentos, hacemos referencia a que, al convertir la semilla en un eslabón productivo, las corporaciones definen qué se produce y cómo se produce en cada región, determinando qué alimentos llevamos a nuestras mesas y a qué precio, desconociendo —además— las prácticas que los pueblos realizan y realizaron a lo largo de su historia.

La construcción de una agroecología de base campesina requiere que las semillas agrícolas mantengan su camino de la mano de quienes históricamente las crearon, cuidaron y multiplicaron. Para ello es necesario, en primer lugar, que se eliminen todos los obstáculos que impiden su libre circulación, cultivo y multiplicación. Pero también es fundamental que se recupere su valor simbólico, político y cultural, como “corazón de la soberanía alimentaria”.

Las semillas son patrimonio de los pueblos y, por lo tanto, no pueden pensarse como mercancías. Necesitan del cuidado de agricultoras y agricultores que son quienes las defienden y quienes, al compartirlas y sembrarlas, las mantienen vivas. Este cuidado es una de las estrategias más antiguas de la humanidad; por eso, las semillas sólo pueden ser libres en tanto los pueblos y comunidades que las defienden y mantienen puedan gozar de los bienes que las semillas nos brindan.

Acceso a la tierra. Pensar la producción de alimentos exige, necesariamente, pensar el acceso a la tierra. Los datos del último censo agropecuario (2018) en Argentina, señalan que 1% de las explotaciones agropecuarias controla 36,4% de la tierra, mientras que 55% de productores y productoras en pequeña escala (con menos de 100 hectáreas) cuentan con sólo 2,2% de la tierra.

Estas cifras muestran la continuidad y profundización de un proceso histórico de concentración de la tierra y desplazamiento de población rural que ha ido “vaciando el campo” y permitiendo que grandes terratenientes (argentinos o extranjeros) se apropien de la mayor parte del territorio. Estos datos dan cuenta de la situación —cargada de violencia y despojo— que sufren quienes viven y producen en el campo, con la amenaza, a la orden del día, de ser desplazadas de sus territorios.

Las familias que cada día trabajan la tierra produciendo los alimentos que consumimos deben pagar alquileres excesivos y habitar espacios en condiciones precarias, muchas veces siendo expuestas al envenenamiento por agrotóxicos aplicados en terrenos linderos. Su condición arrendataria, para colmo, conlleva la imposibilidad de construir una vivienda digna. Las personas que habitan territorios rurales desde hace décadas, pero no poseen los títulos de propiedad de sus tierras, están expuestas constantemente a desalojos violentos. En ese sentido, las familias organizadas, pequeñas productoras, el movimiento campesino e indígena, reclaman una reforma agraria integral para la soberanía alimentaria.

Para que exista un verdadero acceso a la tierra —condición necesaria para la producción agroecológica y para la construcción de soberanía alimentaria— es necesario iniciar un proceso de reforma agraria integral, entendida en el sentido amplio en que lo plantea La Vía Campesina: dando cuenta de las relaciones que se dan en el territorio para acceder a condiciones de vida digna en el campo. La reforma que se propone debe considerar las necesidades de los pueblos, sus formas culturales y su organización.

El trabajo de la soberanía alimentaria como dimensión política es esencial en la agroecología, lo mismo que la reforma agraria. Sin tierra tenemos que luchar por la reforma agraria, y sin agroecología no podemos concebir la producción de alimentos sanos y para el pueblo.

Marta Greco, coordinadora de la Escuela Campesina de Agroecología (UST-MNCI Somos Tierra), Argentina

Dejando abiertos los debates, compartimos la firme idea de que, desde las organizaciones, tenemos que defender a la agroecología de base campesina, aquella que retoma la agricultura que practican los pueblos desde hace miles de años. Les invitamos a apropiarnos de esa agroecología, y a ligarla a la lucha de quienes producen alimentos en nuestro país, con el objetivo de seguir pensando en la recuperación de saberes, en la vuelta al campo, en la comercialización en mercados locales, en las juventudes. Porque no puede haber agroecología si no hay vida digna, y sin territorio en manos de los pueblos.



Las citas textuales de este cuadernillo pertenecen a entrevistas de la serie #QuéAgroecologíaNecesitamos, que recoge experiencias de productoras y productores, organizaciones campesinas y socioambientales, y medios de comunicación alternativos. Las entrevistas forman parte del cuadernillo Construyendo una agroecología para alimentar a los pueblos disponible en www.biodiversidadla.org.

Author: Acción por la Biodiversidad