Las grandes empresas agroalimentarias están desesperadas por presentarse a sí mismas como parte de la solución a la crisis climática. Pero no hay manera de conciliar lo que se necesita para sanar nuestro planeta con su inquebrantable empeño por crecer
GRAIN
La Cumbre de Acción Climática de la ONU de esta semana es complicada para los directores generales de las agroindustrias. Con los incendios forestales en la Amazonia, un nuevo informe sobre el sistema alimentario elaborado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), y millones de jóvenes en las calles clamando por terminar con los combustibles fósiles y cerrar las granjas industriales, será difícil para las mayores empresas de alimentos y agroindustria del mundo cumplir otra ronda de compromisos voluntarios para reducir sus gigantescas emisiones.
En la última cumbre de Naciones Unidas sobre el clima, celebrada hace cinco años en Nueva York, la agroindustria deslumbró a todos con dos iniciativas sobre la deforestación y la agricultura, que ahora están en ruinas.
Su iniciativa sobre la deforestación, la Declaración de Nueva York sobre los Bosques, defendida por Unilever, el mayor comprador mundial de aceite de palma, se suponía que iba a hacer mella en la deforestación tropical. En cambio, las tasas de pérdida de cobertura arbórea se han disparado, la Amazonia está en llamas y los que tratan de defender los bosques de las empresas agroindustriales están siendo asesinados en cantidades sin precedentes. Ahora comenzamos a entender que el Cerrado brasileño, esa amplia sabana tropical, tan plena de biodiversidad como la Amazonía y una de las principales fronteras de la expansión de los agronegocios, también está ardiendo a un ritmo sin precedentes. La agroindustria es responsable, pero también lo son las grandes empresas financieras mundiales que han estado comprando vastas extensiones de tierras de sabana ara convertirlas en megagranjas, como el fondo nacional de pensiones sueco, Blackstone y el fondo de dotación de la Universidad de Harvard.
La otra iniciativa de la última cumbre, una Alianza Mundial por una Agricultura Climáticamente inteligente, fue obra de Yara, el mayor productor mundial de fertilizantes nitrogenados y uno de los mayores emisores de gases con efecto de invernadero del planeta. Ésa fue la respuesta de relaciones públicas que la industria de los fertilizantes ofreció ante el creciente movimiento en favor de una solución climática real basada en una agricultura agroecológica sin fertilizantes. El truco funcionó, por un tiempo. La producción mundial de fertilizantes nitrogenados aumentó constante en los años siguientes. Pero el informe más reciente del IPCC señala que los fertilizantes nitrogenados son uno de los elementos más peligrosos y subestimados, que más contribuyen a la crisis climática. Nuevas investigaciones demuestran que la industria ha subestimado enormemente sus propias emisiones.
En este momento, los activistas por el clima se movilizan en Alemania en la primera acción climática masiva contra Yara y la industria de los fertilizantes. Apuntan a Yara debido a la presión multimillonaria que ejerce en favor de la agricultura industrial, una de las principales impulsoras de la crisis climática pese a su maquillaje verde.
Las grandes empresas cárnicas y lácteas también están en problemas. Estas compañías, como Tyson, Nestlé y Cargill, tienen niveles de emisiones que muy cercanos a los de sus contrapartes en la industria de los combustibles fósiles. Las 20 principales empresas cárnicas y lácteas emiten más gases con efecto de invernadero que Alemania, el mayor contaminante climático de Europa. Pero ninguna de estas empresas tiene planes creíbles de reducción de sus emisiones y sólo 4 de las 35 empresas más importantes informan de sus emisiones. En lugar de tomar medidas significativas para reducir la producción, varias empresas han estado haciendo mucho ruido sobre sus pequeñas inversiones en alternativas basadas en plantas. La gente no se deja engañar. En plena efervescencia de la huelga climática mundial, más de 200 representantes de pueblos indígenas, trabajadores, académicos, grupos ambientalistas y de derechos humanos adoptaron una declaración histórica que destacaba a la “industria de los combustibles fósiles y el agronegocio a gran escala” por “estar en el centro de la destrucción de nuestro clima”.
Las grandes empresas agroalimentarias están desesperadas por presentarse a sí mismas como parte de la solución. Pero no hay manera de reconciliar lo que se necesita para sanar nuestro planeta con su inquebrantable cometido por crecer. No podemos enfrentar la crisis climática si se permite que estas empresas sigan abasteciendo, procesando y vendiendo cada vez más productos agrícolas, ya sean carne, leche, aceite de palma o soja. Sus enormes cadenas de suministro son las que impulsan las catastróficas emisiones del sistema alimentario, que, según el IPCC, representan hasta el 37% de las emisiones mundiales de gases con efecto de invernadero.
Pero si miramos más allá de las relaciones públicas de las grandes compañías agrícolas y alimentarias veremos que hay muchas soluciones reales que pueden alimentar al planeta perfectamente bien. Están floreciendo todo tipo de alternativas, especialmente en el Sur, donde campesinas y campesinos en pequeño, y sus sistemas alimentarios locales siguen suministrando hasta 80% de los alimentos que consume la población. El sistema alimentario industrial sólo existe hoy en día gracias al apoyo que recibe de los gobiernos que marchan al lado de los grupos de presión corporativos. Los subsidios públicos, los acuerdos comerciales, las exenciones fiscales y las regulaciones favorables a las empresas están diseñados para apoyar a las grandes empresas agroindustriales y de agronegocios y facilitar la creciente criminalización de las comunidades afectadas, los defensores de la tierra y los guardianes de semillas que se resisten a estas corporaciones en sus territorios. Urge sacar de en medio a los agronegocios y exigir que los gobiernos redirijan sus apoyos a los pequeños productores de alimentos y a los mercados locales. Eso sí podría salvarnos del colapso planetario.