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Agroecología: una atención adicional

by Biodiversidad | 29 Jul 2019
El señor José Araiza en su parcela, ejido San Isidro, Jalisco, México. Foto: Oswaldo Ruiz

No es cierto que la Revolución Verde, la globalización, la mecanización y los fertilizantes ayuden a que la gente prospere en su tierra. Los fertilizantes y la agroexportación han provocado que la gente campesina viva en un mínimo de tierra.

Tres de cada cuatro personas en Chile son campesinos que tienen un pedacito mínimo de tierra. En México el campesinado aún tiene la mitad de tierra del país; a corto plazo, México puede llegar al mismo punto en el que se encuentra Chile. La lucha
más importante es la lucha agraria.

En México debemos defender que no nos quiten la mitad del territorio del país, que es campesino, “colectivo”, comunitario o ejidal, que de hecho está mermado por el arrendamiento de la tierra. Tras el Programa de Certificación Ejidal (Procede)
que pretendía individualizar y parcelar los predios resultó que había más núcleos colectivos campesinos que antes y entonces el Banco Mundial dijo que México, con su sistema de ejidos “certificados” era confiable y comenzaron a promover la renta y la agricultura por contrato.

Con esta estrategia sí nos pueden arrebatar la tierra y la producción de alimentos y, aunque la gente en las ciudades no se dé cuenta el hambre será general si la cultura campesina desaparece. ¿Cómo hacer que tomen conciencia de la importancia de la lucha por la vida campesina?

Campo-ciudad: dos polos de una misma guerra

En todo el mundo del campo se expulsa a los jóvenes hacia la ciudad y no es casualidad. Son las políticas de despojo de las tierras del campesinado, al que las instituciones tratan igual que si fueran basura e ignorantes. Pero debemos entender que
el campo también dejó de ser un lugar para vivir bien. Hoy no se vive bien en la ciudad ni en el campo.

Es hora de hacer la lucha por recuperar la vida en el campo. La culpa real está en los programas, en el despojo de las tierras, en las plantaciones forestales. Y en la escuela también, porque hay profesores que promueven como natural esta deshabilitación y que la gente joven no luche. Es crucial que muchachos y muchachas tomen conciencia de que cuando se van, se van no porque quieran irse, sino porque se ven obligados. Y de que si se quedan en el campo deberían tener todo el derecho a una vida digna.

Las políticas de los gobiernos se diseñaron a propósito, con ayuda de sus profesionales y se le permitió a la industria hacer lo que quería. Lo más tremendo que hicieron el gobierno y las empresas con sus planes fue hacer que las personas se sintieran culpables. Y al echarles a la ciudad, les convencieron de que el campo no era rentable, que sus semillas no funcionaban, que todo lo que habíamos hecho antes no valía nada. Se encargaron de desacreditar a los campesinos, se empeñaron en lograr las condiciones, las políticas, los programas y proyectos que hicieran que todo lo que decían se volviera una profecía cumplida: “ya ven eso no sirve”.

La realidad es que esa expulsión de millones de mexicanos y centroamericanos demuestra que era a propósito, que quisieron correr a la gente. Ahora es como si fuera algo normalizado, algo común.

Uno de los primeros comentarios de los maestros cuando a los niños les va mal en las tareas es: “ustedes no sirven para esto, van a hacer lo mismo que sus papás”, cual si fuera un castigo realmente trabajar en el campo, como si fuera algo malo.
Y como alternativa las otras cosas que están “de interés”, que están “de fondo” tienen que ver con los programas de asistencia. De repente te llegan semillas o árboles que no son especies de la región, que no se usan porque no tienen ningún sentido para la gente, pero que a veces le pagan a la gente para que “tenga un empleo”, “sembrar frutales, maderables”.

Dejamos de hacer entonces lo que nos daba de comer y nos enfocamos a lo otro que se supone que nos deja dinero. Nos van alejando de los saberes de las comunidades y de los abuelos. Todo se sustituye con otro tipo de actividades que no tienen nada que ver con los pueblos. Es una cadena, un sistema pensado e intencionado para deshabilitar a la gente, a quienes tenemos relación con la tierra.

Son ideas impuestas y nos insisten en que siguiéndolas vamos a vivir bien y no es así. Y dicen que eso es desarrollo. En la ciudad la gente tiene que rentar casa, no tiene los medios de producción en sus manos para poder definir su propio destino.

Tenemos que pensar en la gente que se va a la ciudad y en los que se van de jornaleros. Allí la vida está jodida. No necesariamente es una mejora en su condición. Debemos iniciar una reflexión para proponer acciones cotidianas para recuperar comunidad: formas cooperativas donde se puedan tener. Aun gente con doctorados estudiados no tiene trabajo, pero de pronto tienen una cooperativa, un lugar para reunión y poder organizarse, eso es gran cosa.

Una atención adicional

Ejido San Isidro, Jalisco, México. Foto: Oswaldo Ruiz
Entre 1996 y 2005 un grupo de comuneros wixárika, en San Sebastián en Jalisco, conformó el Grupo Indígena de Protección Ambiental (GIPA). Eran quince o veinte compañeros. Trabajaban la defensa de las semillas, del bosque, del agua, de la milpa. Hicieron proyectos en toda la orilla de su territorio para evitar que los ganaderos/narcotraficantes volvieran a invadirles tras una recuperación de tierras. Combatían los incendios, plantaban árboles para evitar desplomes. Fertilizaban la tierra de manera natural, instalaron tiendas cooperativas, proyectos de educación propia. Eran puros jóvenes. Comenzaron a dialogar con sus comunidades a ver qué estaba pasando y cómo iban a ocupar las tierras.

Cuando llegaban las instituciones a la comunidad decían que el GIPA estaba contra el desarrollo y los muchachos cuestionaban: a ver, para ustedes qué es el desarrollo. Los comuneros le ponían atención al GIPA porque tenía la capacidad o el valor de enfrentar a los funcionarios. La asamblea les eligió como comisionados para asistir a la Red en Defensa del Maíz y otras reuniones y cada vez que cambiaban de comisariado les nombraban también a ellos.

Todas estas acciones eran un intento de recuperar los cuidados que siempre fueron el corazón de la vida en el campo, en la comunidad, en defensa del territorio.

Cuando empezó la Red en Defensa del Maíz, se hicieron dos foros. Se comentó que se había encontrado maíz transgénico en la Sierra de Oaxaca, que se estaba regando esa semilla. Se supo que por medio de la empresa paraestatal Diconsa (proveedora de alimentos e insumos para el campo) se podía estar contaminando la semilla del maíz mexicano.

Ya contaminado se podría legalizar y eso podía afectar mucho a las semillas propias, pues el transgénico era una semilla fuera de nuestro control porque se hacía en un laboratorio. Las empresas querían tener propiedad sobre los saberes y las semillas campesinas.

La discusión en la asamblea daba vueltas. Silvia Ribeiro insistió en que lo ideal era hacer lo que siempre hemos hecho, pero como antes no existía este ataque, teníamos que hacer algo más.

Si ahora nos descuidábamos nos iban a quitar la semilla como ya se la quitaron a muchísimos indígenas y campesinos. Y entonces insistió en que teníamos que poner una atención, un cuidado adicional. Y decía: ustedes piensan que no les va a llegar y ya les está llegando y no se dan cuenta.

En el GIPA éramos pura gente que teníamos de veinte a veinticinco años. Y comenzamos a conocer la agroecología, la permacultura, todas las técnicas y tecnologías. Platicamos con los ancianos y les decíamos lo que hacíamos. Y al ir y venir y volver a ir a los talleres de agroecología nos dimos cuenta que había técnicos que nos echaban el mismo recetario.
Así no íbamos a ningún lado, no tenía ninguna lógica. Quisimos hacer composta, lo intentamos, nos juntábamos como veinte y hacíamos muchísimo trabajo. Nos íbamos a los potreros a juntar cargas de estiércol para una sola hortaliza pero lo estábamos haciendo porque así decía la receta. Nos estábamos preparando y estábamos a punto de recuperar unas 60 mil hectáreas de tierra, que era lo que estaba en los juicios.

Nos convencimos de que había una limitación que no nos estaba dando una respuesta a lo que necesitábamos, por la cantidad de tierra que queríamos recuperar. Eso les pasaba a muchísimos campesinos. Entonces conocimos a Camila Montecinos y le presentamos el GIPA y le preguntamos cómo hacerle. Lo que sí sabíamos es que los wixárika sí tenían todo el saber para hacerlo, pero ya en el conjunto de los ranchos había unos muy erosionados por todo el desgaste al que los sometieron los ganaderos invasores y la agricultura a la mala que practican. En esas tierras se acabaron los árboles y dejaron el suelo muy mal. Cómo recuperar los suelos, el bosque, el agua porque los saberes de los wixaritari son vastos pero ahora no parecía suficiente. Como grupo de comuneros no necesitan a nadie, solos pueden nos dijo, pero el esfuerzo de repensarlo es lo que enriqueció esta recuperación de tierras y de saberes ecológicos: agroecológicos.

La práctica y los cuidados: una agroecología crítica

Qué hay que hacer para llegar a la agricultura plena. Nos hace falta convivir con lo silvestre, con las plantas medicinales y otras plantas, con flores, con animales, aves, insectos, pájaros. Nos falta tener esa milpa [chacra] que no solamente sea maíz, que sea calabaza, frijol, chile, cacahuate, chaya, jitomate, y miltomate (de cáscara), todos los muchos quelites que hay, plantas medicinales, verdolagas, flores, miel. Insectos y hasta animales más grandes. La milpa era todo esto. Y lo es en muchas comunidades.

Tenemos que revivir nuestro sentido de familia, y nuestros saberes, nuestra espiritualidad. Buscar el apoyo mutuo, cuidar el bosque, el suelo y las plantas para que ellas nos protejan a nosotros. Nos falta trabajar sin tener que estar comprando y usar los que tenemos.

Nos falta aprovechar los rastrojos y los zacates, usar los estiércoles, aprovechar a los animales, recuperar los hongos y las frutas silvestres. El árbol para la sombra, el árbol para madera, el árbol para el paisaje, para refrenar el viento y la lluvia, recuperar los cercos, que no se pierda el agua. Después podemos empezar a trabajar con algunos caldos con las plantas que todo el mundo tiene. Con el bosque se recupera el agua y las plantas, no usamos agroquímicos, rescatamos todo lo que había antes. Hay que cuidar todo lo que todavía hay con el apoyo comunitario. Tenemos que re-conocer bien nuestro territorio.

Incorporemos a los jóvenes, hay que incorporar otra vez a niños y niñas. Recuperemos la dignidad del campo y no dejar que nos digan inútiles. No somos inútiles nunca si practicamos los cuidados a cada momento. Producir nuestros propios alimentos es el sentido más profundo de la agricultura; soberanía alimentaria es lo que se necesita en las condiciones actuales de devastación. Por eso necesitamos la agroecología, ese cuidado adicional consciente y eficiente para recuperar lo perdido.

¿Es esto diferente a lo que se hacía antes? El campo le da de comer a todos. El campo es la vida de la civilización del mundo. No es inútil o en vano inculcarles a los jóvenes el vivir bien, poner huertos, árboles frutales. Y que los niños jueguen con cometas, trompos y otros juegos en la naturaleza. Es hacer lo que las familias hacían antes. Y los cuidados de la gente eran la agricultura. Entonces la agroecología es una herramienta que utilizamos ahora para recuperar la memoria de la agricultura como se hacía antes, porque es así como la agricultura debe ser. Tal vez más que una herramienta es
una caja de herramienta que usamos según nuestras necesidades. No son para una sola persona sino para la comunidad.

Al ser una caja de herramientas se utiliza únicamente de acuerdo a lo se puede y se necesita en cada condición. Nunca la agroecología se impone a lo que sabemos. Tenemos que entender cómo usar esta herramienta y las razones de por qué se hacen las cosas. Que las comunidades deben experimentar: para ver qué funciona, qué sirve o no sirve.

No todo lo que nos vengan a contar aquí como el último milagro va a servir. Nosotros vamos a entender qué y decidir entre los varios criterios. Uno solo no va decidir sobre bosques, suelos y agua. Se tiene que hacer entre todos, en comunidad. No podemos aceptar trabajos extra con resultados dudosos que puedan desacreditar la alternativa.

Requerimos entonces una práctica crítica de la agroecología. ¿Por qué crítica? Porque siendo una herramienta puede ponerse al servicio de recuperar y fortalecer la agricultura campesina. Entender que el centro de la agricultura campesina no es cosa de cada uno, es cosa del conjunto, es comunitaria.

Ejido San Isidro, Jalisco, México. Foto: Oswaldo Ruiz
¿Se puede recuperar la agricultura campesina sin usar la agroecología como herramienta? No. La agroecología es una herramienta fundamental para recuperar la agricultura en lo posible, para de nuevo poner el acento en los cuidados y detalles que son el corazón de la agricultura campesina tradicional. Es nuestra atención adicional.

Por eso no la podemos perder, ni podemos despreciarla ni podemos dejarla de lado, la necesitamos. De todas las herramientas tecnológicas que tenemos hoy en día es la que nos permite conversar con los saberes tradicionales, con los saberes de los mayores y de toda la gente que está en el campo.

Y puede relacionarse con otros conocimientos técnicos, para decidir si sirven o no. En este sentido es una herramienta fundamental. Que no va a funcionar si no la usamos como corresponde usarla. Se hizo necesaria la agroecología por la destrucción de la confianza en nuestros saberes, por cómo han destruido los extensionistas la confianza en los saberes
campesinos. El discurso extensionista ha desacreditado a la agricultura. Y la agroindustria destruyó la rentabilidad y el contexto de las prácticas campesinas bajo las reglas del mercado.

La agroecología es un modo de remontar todo eso que nos han quitado, todo eso que nos han borrado, todo eso que nos han despreciado, todo eso que nos han prohibido. Ahora hasta se criminalizan las semillas campesinas y su libre intercambio.

Si ejercemos la agroecología y la comprendemos críticamente, los jóvenes podrán entender que el trabajo extra vale la pena. El ataque a la agricultura ya está hecho. Ahora tenemos que inventar una manera de remontar, al menos intentar remontar, y
generar otras condiciones que prevalezcan.

La gente se va del campo porque todo se ha hecho más difícil. Queremos tener una vida digna y feliz, gozable, con esperanza, futuro, perspectiva, con entretenimiento, con descanso y todo en el campo. Una vida digna es tener derecho a trabajar, comer, a la familia, a descansar, a pasarla bien. Cada día es más difícil tener esta vida digna en el campo, y los jóvenes se van claramente por esto. Si por las luchas que demos, logramos hacer que en el campo haya una vida digna, van a volver y mantendremos la esperanza y la alternativa frente a crisis profundas que se avecinen.

Otra forma de mantener a los jóvenes cerca (con la posibilidad de que vuelvan ellos o de que vuelvan sus hijos), es que se involucren en la lucha de dignificar el campo. Si los padres y las madres involucran a los jóvenes, aunque no quieran estar en el campo por ahora, en la lucha por dignificar el campo (con la recuperación de la tierra, con la recuperación del
territorio, por políticas adecuadas, que nos dejen hacer lo que hay que hacer) los y las jóvenes que se fueron vuelven y se involucran y eso los hace sentirse importantes, con valía propia y digna. Mientras más nos acerquemos a la agroecología o a la agricultura crítica, como forma de lucha, más será plena la participación de la mujer, mientras más sea industrial, menos.

Es cierto que las mujeres se llevan la peor parte de muchas cosas que pasan en el campo. Es asfixiante no tener espacio para vivir bien, producto de todos los ataques que estamos sufriendo. Tenemos que cambiar las relaciones, pero para hacer esto no tenemos que irnos de la casa, ni a la ciudad. Salir del campo para cambiar las relaciones de la familia es algo extraño. La gente se va del lugar al que pertenece porque la han atacado de tal manera que no le permiten vivir bien. Cuando las mujeres puedan vivir bien en su casa también van a poder volver y podrán decir: las mujeres podemos cultivar, cuidamos del campo y los saberes de la casa, cuidamos la vida por venir, sean semillas o niños, pero también tenemos que recuperar
la dignidad del campo involucrando a los jóvenes en la lucha para mantenerlos cerca.

De pronto llegas al campo y quienes están en el campo son las mujeres. Esas mujeres que no tienen derecho agrario, que no les daban permiso de ir a sembrar, que les bloquearon, a quienes violentan y matan y desaparecen. Y de pronto son las que están. Y entonces quién va a cuidar el territorio: ellas. Ellas son las que lo van a defender y además son las que más se preocupan. Cuando en San Isidro hemos tenido la oportunidad de hablar de algunos temas, las señoras siempre tienen otras preocupaciones diferentes a las que tiene los compañeros, están preocupadas que si por el agua, que si la escuela, que si los niños. Las mujeres saben que lo cotidiano es crucial para una vida digna. Lo cotidiano es el corazón de la resistencia.

Entonces tenemos que voltear a ver la lucha como integral, si pensamos en cómo incluimos a las jóvenes y a los jóvenes tenemos que pensar cómo incluimos a las mamás. Las mamás somos parte de la lucha. Estamos en un momento que es
importante porque nos estamos dando cuenta de la crisis, nos damos cuenta que somos personas complejas e integrales.

Somos personas complejas que sabemos tejer, manejar, cocinar, escribir, ser mamás, hemos aprendido a hacer tantas cosas en la vida que claro que somos más que lo que estudiamos un día. Sí. Como personas siempre tenemos que poder reconstruirnos, reconstituirnos (como sujetos, como comunidad).

José Araiza, Concepción Ceja, David de la Cruz, Isidro de la Cruz, Leobardo de la Cruz, Mitzi de la Cruz, Raúl de la Cruz, Eutimio Díaz Bautista, José Godoy, Rodo González, Camila Montecinos, José Paredes, Manuel Paz, Silvia Ramírez Dueñas, María Guadalupe Reyes, Evangelina Robles, David Sánchez, Jacqueline Sánchez, Heber Uc, Ramón Vera-Herrera.
Author: Biodiversidad