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Hambrientos de tierra: los pueblos indígenas y campesinos alimentan al mundo con menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial

by GRAIN | 25 Nov 2014

Quienes forman parte de las organizaciones campesinas e indígenas en el mundo y quienes mantienen cercanía y solidaridad con sus luchas, saben que la escasez de tierra y la expulsión desde el campo son hoy procesos extremadamente agudos. Sin embargo, muchos expertos insisten en asegurar que la mayor parte de la tierra está en manos campesinas e indígenas. GRAIN realizó un profundo análisis de la información existente y el resultado es muy claro: más del 90% de las personas dedicadas a la agricultura en el mundo son campesinas e indígenas, pero controlan menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial. Con esa poca tierra, la información disponible muestra que producen la mayor parte de la alimentación de la humanidad. Si el campesinado y los pueblos indígenas siguen perdiendo su tierra, estaremos frente a procesos de exterminio de pueblos y culturas, y el mundo perderá su capacidad de alimentarse. Es urgente entonces devolver la tierra a manos de los pueblos del campo, y luchar por procesos de reforma agraria y restitución territorial que hagan real el derecho a una vida digna, y a existir como pueblos (casi la mitad de la humanidad) que cuenten con sistemas alimentarios más vastos, creativos y justos.

En cuanto a la producción de alimentos, los mensajes son contradictorios. En los últimos años, más y más centros académicos y organismos internacionales reconocen que más de la mitad de los alimentos proviene de la agricultura en pequeña escala, en particular por el aporte de las mujeres. Pero llegado el momento de buscar una solución al hambre, sólo se brindan apoyos a las grandes concentraciones de tierras, a la agricultura industrial, monocultivos transgénicos, etcétera. Todo esto, porque el sistema industrial sería “más eficiente”.

También se nos dice que 80% de la gente con hambre a nivel mundial se concentra en áreas rurales y muchos de ellos son agricultores o trabajadores agrícolas sin tierra.

Cómo encontrarle sentido a todo esto. Qué es verdad y qué no. Qué debemos hacer para hacer frente a estos desequilibrios. Buscando la respuesta decidimos efectuar un examen más profundo de estos hechos. Examinamos país por país la información disponible sobre cuánta tierra está realmente en manos del campesinado y los pueblos indígenas y cuánto alimento producen con la tierra que cuentan.

Las cifras, sus fuentes y limitaciones, y lo que ellas nos dicen. Siempre que fue posible usamos las estadísticas oficiales y especialmente los censos agrícolas de cada país, complementados con FAOSTAT (la base de datos de la FAO) y otras fuentes de la FAO. En relación al número de fincas pequeñas o fincas campesinas, en general usamos la definición que utiliza cada autoridad nacional, ya que pueden variar mucho las condiciones de estas fincas en países diferentes y diversas regiones. Para los países donde no existían definiciones propias disponibles, usamos el criterio del Banco Mundial, que define como finca pequeña o campesina toda aquélla menor de 2 hectáreas.

Al examinar la información, nos enfrentamos a varias dificultades. Los países definen a campesinos y pequeños agricultores de diferentes formas. No hay estadísticas centralizadas sobre quiénes tienen cuánta tierra. No hay bases de datos que registren la cantidad de producción según su origen. Además, fuentes diferentes, entregan cifras muy variadas sobre la cantidad de tierra agrícola disponible en cada país.

Teniendo eso en cuenta, la información recopilada tiene limitaciones importantes, pero es la mejor disponible. El conjunto de datos que elaboramos está totalmente respaldado por referencias disponibles al público, online, que forman parte integral de este informe.

A pesar de las deficiencias inherentes a los datos, estamos seguros al señalar seis importantes conclusiones:

1. Hoy en día, la gran mayoría de las fincas del mundo son pequeñas fincas campesinas y se tornan cada vez más chicas.

2. Las pequeñas fincas están siendo relegadas a menos de un cuarto del total de la tierra agrícola mundial.

3. Perdemos rápidamente fincas y agricultores en muchos lugares, en tanto que las grandes fincas se vuelven más grandes.

4. Las fincas campesinas e indígenas siguen siendo las mayores productoras de alimentos en el mundo.

5. En conjunto, las fincas pequeñas son más productivas que las grandes.

6. Las mujeres constituyen la mayoría del campesinado indígena y no indígena.

Varias de estas conclusiones parecen obvias, pero dos cosas nos alarmaron.

Una fue observar que la concentración de la tierra es un fenómeno mundial, incluso en los países en que se supone que los programas de reforma agraria del siglo 20 habían acabado con ella. En muchos países, ahora mismo, está ocurriendo una contra-reforma, una especie de reforma agraria en reversa, ya sea debido a la apropiación de tierras por las corporaciones como en África, o como el reciente golpe de Estado en Paraguay impulsado por los empresarios agrícolas, la expansión masiva de las plantaciones de soya en América Latina, la apertura de Birmania a la inversión extranjera o la expansión hacia el este de la Unión Europea y su modelo agrícola. En todos estos procesos, el control sobre la tierra le está siendo usurpado a los pequeños productores y sus familias por élites y poderes corporativos que están arrinconando a la gente en propiedades cada vez más pequeñas.

La otra fuente de alarma fue darnos cuenta que las fincas campesinas ocupan menos de una cuarta parte de toda la tierra agrícola del mundo —o menos de una quinta parte si excluimos China e India del cálculo. Cada vez es menos la tierra en manos campesinas, y si esta tendencia persiste no serán capaces de continuar alimentando al mundo.

Veamos los resultados punto por punto.

1. Hoy la gran mayoría de las fincas en el mundo son pequeñas y se están achicando. Según las cifras obtenidas, más del 90% de todas las fincas del mundo son “pequeñas”, y tienen en promedio 2.2 hectáreas. Si excluimos de los cálculos a China e India —donde se localizan casi la mitad de las fincas campesinas a nivel mundial— las fincas pequeñas superan el 85% de todas las fincas del planeta. En más de dos tercios de los países del mundo, las fincas pequeñas —tal como se definen en cada uno de ellos— representan más del 80% de todas las fincas. En sólo nueve países, todos de Europa Occidental, las fincas campesinas son una minoría.

Debido a un conjunto de fuerzas y factores tales como la concentración de la tierra, la presión demográfica o la falta de acceso a la tierra, la mayoría de las fincas pequeñas ha reducido su tamaño con el tiempo. El tamaño promedio de las fincas se redujo en Asia y África. En India, el tamaño promedio de las fincas disminuyó más o menos a la mitad entre 1971 y 2006, aumentando al doble el número de fincas con una superficie menor a dos hectáreas.

En China, la superficie promedio de tierra cultivada por familia cayó un 25% entre 1985 y 2000, y luego empezó a aumentar lentamente, por el proceso de industrialización y concentración de la tierra. En África, el tamaño promedio de las fincas también está disminuyendo. En los países industrializados, el tamaño promedio de las fincas aumenta pero no así el tamaño de las pequeñas.

2. Las fincas pequeñas están siendo marginadas a menos de un cuarto de la tierra agrícola mundial. Los datos revelan otra cruda realidad: las fincas pequeñas suman, en total, menos del 25% de la tierra agrícola a nivel mundial. Si de nuevo excluimos India y China, la realidad es que las fincas campesinas controlan menos de la quinta parte de las tierras mundiales: 17.2% para ser precisos.

India y China ameritan especial atención debido al gran número de fincas y al gran número de campesinos que viven allí. En estos dos países, las fincas pequeñas aún ocupan un porcentaje relativamente alto de las tierras de cultivo.

Las disparidades más extremas las encontramos en algo más de 30 países en los que más de 70% de las fincas son pequeñas, pero han sido relegadas a menos del 10% de la superficie agrícola del país.

3. Estamos perdiendo rápidamente fincas y agricultores en muchos lugares, mientras que las grandes fincas se hacen más grandes. En casi todas partes, las fincas grandes han ido acumulando más tierras durante la última década, expulsando a muchos pequeños y medianos agricultores. Las estadísticas son dramáticas.

La situación parece dramática en Europa, donde décadas de políticas agrícolas de la Unión Europea han significado la pérdida de millones de fincas. En Europa Oriental, el proceso de concentración de la tierra empezó formalmente tras la caída del muro de Berlín y la expansión de la Unión Europea hacia el este. Millones de agricultores fueron expulsados debido a la apertura de los mercados de Europa oriental a los productos subsidiados del Occidente. En Europa occidental, por otra parte, las políticas agrícolas junto con los megaproyectos de infraestructura, transporte y urbanización han tenido un impacto desastroso. Hoy, las grandes fincas representan menos de 1% de todas las fincas de la UE como un todo, pero controlan el 20% de la tierra de cultivo. Un estudio reciente de la Coordinadora Europea de la Vía Campesina y de la Alianza Manos fuera de la Tierra reveló que en la UE, las fincas de 100 hectáreas o más, que representan sólo el 3% del número total de fincas, controlan actualmente el 50% de la tierra cultivada.

La información oficial sobre la pérdida de fincas y la concentración de tierras en África y Asia es difícil de obtener y la situación ahí es menos clara en la medida que, a menudo, están actuando factores y fuerzas contradictorios. En muchos países con altas tasas de crecimiento poblacional, el número de fincas pequeñas aumenta en la medida que son divididas entre los hijos. Al mismo tiempo, la concentración de la tierra está en aumento.

La rápida expansión de grandes fincas productoras de materias primas industriales es un fenómeno relativamente reciente en África, aunque ha sucedido por décadas en muchos países de Latinoamérica (p.ej. soya en Brasil y Argentina) y en algunos de Asia (p.ej. palma aceitera en Indonesia y Malasia). La conclusión es indiscutible: a través del mundo, más y más tierra agrícola fértil es ocupada por grandes fincas que producen materias primas industriales para exportación, presionando a los pequeños productores a una siempre decreciente participación sobre la tierra agrícola mundial.

A esta tendencia se suma otro fenómeno reciente: la nueva ola de acaparamiento de tierras. Agencias como el Banco Mundial calculan que entre 2008 y 2010, al menos 60 millones de hectáreas de tierras agrícolas fértiles fueron arrendadas o vendidas a inversionistas extranjeros para realizar proyectos agrícolas de gran escala: más de la mitad de ellas en África. Estos nuevos proyectos agrícolas a gran escala han desalojado un número incalculable de campesinos, pastores y pueblos indígenas de sus territorios. Sin embargo, nadie parece tener mucha claridad sobre cuánta tierra ha cambiado de dueños debido a estos negocios, durante los últimos años. Posiblemente son cientos de millones de hectáreas de tierra agrícola arrebatadas a las comunidades rurales, aunque aún no se ven reflejadas en las estadísticas oficiales de las que dispusimos para este estudio.

4. A pesar de sus recursos cada vez más escasos, los campesinos siguen siendo los principales productores de alimentos del mundo. Vivimos tiempos en que la agricultura se juzga casi exclusivamente por su capacidad de producción de materias primas, y se ha olvidado que el papel principal de ella es alimentar a la gente. Este sesgo también se ha introducido en los censos nacionales, y muchos países no incluyen preguntas sobre quién produce qué y con qué medios. Sin embargo, cuando esta información está disponible, emerge una imagen clara: los campesinos aún son los que producen la mayoría del alimento. Ellos están alimentando al mundo. El Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), la FAO y el Relator Especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas, todos estiman que la agricultura campesina produce hasta 80% del alimento en los países no industrializados.

Si los pequeños agricultores tienen tan poca tierra, ¿cómo pueden producir la mayoría del alimento en tantos países? Una razón es que las fincas pequeñas tienden a ser más productivas que las grandes, como explicaremos en la siguiente sección. Otro factor es esta constante histórica: las fincas pequeñas o fincas campesinas priorizan la producción de alimentos. Ellas tienden a centrarse en el mercado local y nacional y en sus propias familias. La mayor parte de lo que producen no se registra en las estadísticas nacionales de comercio, sin embargo, llega a quienes la necesitan: los pobres rurales y urbanos.

Las grandes fincas empresariales, por otra parte, tienden a producir materias primas y se centran en los cultivos de exportación, mucho de los cuales no son para la alimentación humana. Estos incluyen cultivos para alimento animal, biocombustibles, productos de la madera y otros cultivos no alimenticios. El primer objetivo de estas fincas empresariales es recuperar la inversión, que es maximizada por los bajos niveles de gastos y por lo tanto, a menudo implica un uso menos intensivo de la tierra. La expansión de grandes plantaciones de monocultivos, como se discutió anteriormente, es parte de este cuadro. Las grandes fincas de empresas a menudo tienen, además, considerables reservas de tierra no utilizadas hasta que la tierra que actualmente cultivan o pastorean se agote.

Los pequeños agricultores no son sólo la principal fuente de alimentos del presente, sino que, también, la del futuro. Las agencias internacionales de desarrollo están advirtiéndonos constantemente que necesitaremos el doble de producción de alimentos en las próximas décadas. Para lograrlo, por regla general nos recomiendan una combinación de liberalización del comercio y la inversión además de nuevas tecnologías. Sin embargo, ello creará más desigualdad solamente. El verdadero desafío es devolver el control y los recursos a los campesinos y pueblos indios y promulgar políticas agrícolas para apoyarlos.

En un estudio reciente sobre pequeños agricultores y agroecología, el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho al Alimentación concluye que la producción mundial de alimentos podría duplicarse en una década si se implementaran políticas correctas relacionadas con la agricultura campesina y tradicional. Revisando la investigación científica disponible, él muestra que las iniciativas agroecológicas de los pequeños agricultores ya han producido un aumento de 80% en el rendimiento promedio de los cultivos en 57 países en desarrollo, con un promedio de crecimiento de 116% para todas las iniciativas africanas evaluadas. Otros proyectos recientes realizados en 20 países africanos prevén una duplicación en los rendimientos de los cultivos en un corto periodo —de sólo tres a diez años.

¿Cuántos más alimentos podrían producirse, ahora mismo, si los y las campesinas tuvieran acceso a más tierras y pudieran trabajar en un entorno de políticas de apoyo y no bajo las condiciones de verdadera guerra que enfrentan hoy día?

5. Las fincas pequeñas no sólo producen la mayoría de los alimentos: además son las más productivas. Para algunas personas, la idea que las fincas campesinas sean más productivas que las fincas grandes, puede parecerles contradictoria. Por décadas se nos dijo que la agricultura industrial es más eficiente y productiva. En realidad, es al revés. La relación inversa entre tamaño de finca y productividad quedó establecida hace décadas y es apodada “la paradoja de la productividad”.

En la Unión Europea, 20 países registran producciones por hectárea mayores en fincas pequeñas que en las fincas grandes. En nueve países de la Unión Europea, la productividad de las fincas pequeñas es al menos el doble que la de las fincas grandes. En los siete países donde las fincas grandes tienen una mayor productividad que las pequeñas, esta diferencia es sólo marginal. Esta tendencia está confirmada por numerosos estudios en otros países y regiones, todos los cuales muestran una mayor productividad de las fincas pequeñas. Aunque las fincas grandes generalmente consumen más recursos, controlan las mejores tierras, obtienen la mayor parte del agua de riego e infraestructura, la mayoría del crédito financiero y de la asistencia técnica, y son para quienes se diseñan la mayoría de los insumos modernos, tienen menor eficiencia técnica y por tanto, menor productividad total. Mucho de ello tiene que ver con los bajos niveles de uso de mano de obra en las fincas grandes, con el fin de maximizar las ganancias sobre la inversión.

Además de las mediciones de productividad, las fincas pequeñas también son mucho mejores en la producción y utilización de la biodiversidad, en la mantenimiento del paisaje, la contribución a las economías locales, provisión de oportunidades de trabajo y promoviendo la cohesión social, por no mencionar su real y potencial contribución a revertir la crisis climática.

Las mujeres constituyen la mayoría del campesinado, pero su contribución es ignorada y marginada. El papel de la mujer en la alimentación mundial no lo han registrado adecuadamente los datos oficiales y los instrumentos estadísticos. La FAO, por ejemplo, define como “económicamente activas en agricultura” a las personas que obtienen ingresos monetarios de ésta. Con este concepto, ¡FAOSTAT señala que el 28% de la población rural de Centroamérica es “económicamente activa” y que las mujeres conforman sólo el 12% de ese porcentaje!

Tal visión distorsionada no cambia significativamente de país en país. Sin embargo, cuando hay datos más específicos, emerge un cuadro muy diferente. Las últimas cifras publicadas del censo agropecuario en El Salvador indican que las mujeres son sólo el 13% de los “productores” (cuando en realidad se refieren a los propietarios), muy en línea con la cifra entregada por FAO. Sin embargo, el mismo censo indica que las mujeres proveen el 62% de la fuerza de trabajo utilizada dentro de las fincas familiares. La situación en Europa es mejor para las mujeres, pero aún es muy desigual. Ahí, los datos muestran que las mujeres son menos de la cuarta parte de los administradores de fincas, pero proveen casi el 50% de la fuerza de trabajo.

Las estadísticas sobre el papel de las mujeres en Asia y África son difíciles de obtener. Según la FAOSTAT, sólo el 30% de la población rural africana es económicamente activa en agricultura y 40% en Asia —de las cuales un 45% son mujeres y 55% hombres. Sin embargo, estudios realizados o citados por FAO muestran números totalmente diferentes, indicando que en los países no industrializados 60% al 80% del alimento es producido por mujeres. En Ghana y Madagascar, las mujeres representan un 15% de los dueños de fincas, pero brindan el 52% de la fuerza de trabajo familiar y constituyen cerca del 48% de los asalariados agrícolas. En Camboya, sólo el 20% de los propietarios agrícolas son mujeres, pero proveen 47% de la fuerza de trabajo agrícola remunerada y casi el 70% de la fuerza de trabajo en las fincas familiares. En la República del Congo, las mujeres dan cuenta del 64% de toda la fuerza de trabajo agrícola y son responsables de un 70% de la producción de alimentos. En Turkmenistán y Tajikistán, las mujeres representan el 53% de la población agrícola activa. Existe muy poca información acerca de la evolución en la contribución de la mujer a la agricultura, pero su participación parece estar aumentando en la medida que las migraciones han dado lugar a que las mujeres y niñas asuman la mayor parte de la carga de trabajo de aquellos que se van.

Según la FAO, menos del 2% de los titulares de tierras a nivel mundial son mujeres, aunque las cifras varían ampliamente. Sin embargo, existe un amplio consenso que, incluso donde la tierra está registrada como propiedad familiar o colectiva, los hombres gozan de poderes más amplios sobre ella que las mujeres. Por ejemplo, una situación muy común es que los hombres pueden tomar decisiones sobre la tierra en nombre de ellos mismos y sus cónyuges, pero las mujeres no pueden. Otro impedimento es que al otorgar créditos los gobiernos y bancos requieren que las mujeres presenten alguna forma de autorización de sus esposos o padres, en tanto que los hombres no tienen tal exigencia. No es sorprendente, entonces, que las cifras disponibles muestren que sólo el 10% de los préstamos agrícolas se entreguen a mujeres.

Además, las leyes y costumbres sobre la herencia a menudo están contra las mujeres. Los hombres tienden a tener prioridad o exclusividad absoluta sobre la tierra heredada. En muchos países, las mujeres nunca obtienen control legal sobre la tierra pasando a sus hijos en caso de quedar viudas.

Los datos apoyan el argumento que las mujeres son las principales productoras de alimentos del planeta, aunque su contribución permanezca ignorada, marginada y discriminada.

Revirtamos la tendencia: hay que darle a los agricultores pequeños los medios para alimentar al mundo. Las cifras lo muestran: la concentración de la tierra está llegando a niveles extremos. Hoy, la gran mayoría de las familias campesinas tienen menos de dos hectáreas para alimentarse a sí mismas y a la humanidad. Y la cantidad de tierra a la que tienen acceso disminuye. Es entonces absurdo esperar que sean capaces de mantenerse sólo con lo que la tierra les permite obtener. La mayoría de las familias campesinas necesitan tener algunos miembros de la familia trabajando fuera de la finca con el fin de permanecer en la tierra. A menudo esta situación se describe eufemísticamente como “diversificación”, pero en realidad, significa aceptar bajos salarios y malas condiciones de trabajo.

Para las familias rurales de muchos países, significa migraciones masivas y permanente inseguridad para los que se van y para los que se quedan. Vivir y trabajar en una finca pequeña con frecuencia significa jornadas de trabajo largas y dificultosas, sin vacaciones, sin pensiones, sin edad para jubilar y asistencia irregular de los niños a la escuela.

Si continúa la concentración de la tierra, no importará lo trabajadores, eficientes y productivos que sean, las familias y comunidades campesinas e indígenas no serán capaces de salir adelante. La concentración de las tierras agrícolas fértiles en menos y menos manos está directamente relacionada con el número creciente de personas que pasan hambre todos los días. Una reforma agraria genuina no sólo es necesaria, es urgente. Y debe ser llevada a cabo según las necesidades de las familias y comunidades campesinas e indígenas. Una de esas necesidades es que los territorios se reconstituyan y la tierra sea redistribuida a los pequeños agricultores como un bien inalienable, no como un activo comercial que se pierda si las familias y comunidades en el campo no son capaces de lidiar con las situaciones de gran discriminación a las que se enfrentan. Las comunidades agrícolas debieran también ser capaces de decidir por ellas y para ellas mismas y sin presión, el tipo de tenencia de la tierra que quieran practicar.

La situación que enfrentan las mujeres campesinas también requiere de acciones urgentes. Muchas organizaciones internacionales y gobiernos están discutiendo estos temas y el acceso a la tierra para las mujeres es parte de las Metas del Milenio. La FAO ha escrito abundantes documentos sobre la materia abogando por el derecho de las mujeres sobre la tierra y los recursos agropecuarios. El tema aparece de forma permanente en los documentos de las Naciones Unidas, el Banco Mundial, la Fundación Gates, el G8 y el G20, entre otros.

Lo que estas instituciones defienden no es por lo que están luchando las mujeres campesinas y las organizaciones de mujeres, sino un sistema de derechos sobre la tierra basado en títulos de propiedad individual que pueden ser comprados y vendidos o utilizados como garantía hipotecaria, y que tal vez lleve a una concentración mayor de la tierra, como ha sucedido históricamente por todo el mundo con la entrega de derechos de propiedad individuales a los hombres.

No hacer nada para cambiar esta situación en el mundo, será desastroso para todos. Los campesinos y pueblos indios —que son la gran mayoría de los que cultivan la tierra, que tienden a ser los más productivos y que producen hoy la mayor parte del alimento en el mundo— están perdiendo la base misma de sus medios de subsistencia y su existencia: la tierra. Si no hacemos algo, el mundo perderá su capacidad para alimentarse a sí mismo. El mensaje, entonces, es claro. Es urgente revisar y relanzar (a una escala nunca antes vista), programas de reforma agraria y reconstitución territorial genuinos que devuelvan la tierra a manos campesinas e indígenas.

La versión completa, con referencias, tablas y gráficos puede consultarse en http://www.grain.org/es/article/entries/4956

Author: GRAIN
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