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De un vistazo y muchas aristas - Veinte aƱos de Biodiversidad

by Biodiversidad | 20 May 2014

Recorrer 20 años de nuestra Biodiversidad, sustento y culturas no es un camino sencillo. En el viaje nos reencontramos con quienes iniciaron este camino incluso desde mucho antes que naciera la revista, con quienes ya no están con nosotros físicamente (como la querida Carmen Améndola); con los caminos que iluminó a partir del pensamiento y la lucha de tantas compañeras y compañeros de camino; con aquellas deudas que nos quedaron pendientes; pero sobre todo con el convencimiento de que la semilla sembrada en 1994 ha germinado vital y seguirá creciendo de la mano de millones que hoy encarnan en sus territorios aquellos valores y sueños.

Este vistazo recorre arbitrariamente estas dos décadas deteniéndose en el 2010, por razones de cercanía en el tiempo y de espacio, con el convencimiento que han sido años de construcción colectiva de las ideas que hoy son herramientas de lucha y entendimiento. Ofrecemos un vistazo a esa construcción paulatina y cariñosa entre todas y todos los que hemos sido.

Las nuevas biotecnologías abren otra etapa. Prometen un mejoramiento de las condiciones de la agricultura, con la creación de una nueva generación de semillas milagrosas. Sin embargo, las mayores inversiones en investigación en este campo, se están realizando en la creación de plantas resistentes a los herbicidas, no a las enfermedades. El acceso a los recursos genéticos está siendo monopolizado por unas pocas empresas multinacionales, a partir de la creación de patentes para semillas modificadas genéticamente y para las tecnologías asociadas.

Los verdaderos protagonistas en el mejoramiento de semillas y el descubrimiento de sus propiedades, son pequeños agricultores y naciones indígenas del Tercer Mundo. Éstos no han visto ningún beneficio, sino que además padecen la amenaza de no poder seguir accediendo a los recursos genéticos originarios en sus propias regiones. La biotecnología y la agricultura en la perspectiva mundial Biodiversidad núm. 1, septiembre de 1994

En muchos países la sociedad civil a través de ONG, grupos de agricultores familiares y organizaciones de derechos humanos, comienza a darse cuenta de que con los acuerdos de propiedad intelectual relacionada al comercio del GATT, la UPOV y la presión de las multinacionales, se esconde otra estrategia que no está declarada en el “envase”: privatizar la vida, desde microorganismos, plantas y animales, hasta componentes humanos. Editorial, Biodiversidad núm. 3, marzo de 1995

La nueva biotecnología basada en la ingeniería genética parte de la suposición de que toda característica específica de un organismo se encuentra codificada en uno o unos pocos genes específicos estables, de modo que la transferencia de los mismos resultaría en la transferencia de un carácter particular. Tal forma extrema de reduccionismo genético ya ha sido rechazada por la mayor parte de los biólogos y por muchos otros miembros de la comunidad intelectual, debido a que no toma en cuenta las complejas interacciones entre los genes y sus ambientes celular, extracelular y externo, implicadas en el desarrollo de todos los rasgos de un individuo. Scientists Concerned about Currents Trends, Biodiversidad núm. 4, julio de 1995

Los sistemas agrícolas basados en la diversidad biológica siempre han demostrado ser valiosos para las comunidades que los crearon. Pero los defensores de estos sistemas tienen dificultades para convencer a la red de investigación agrícola oficial y a los promotores de la agroindustria de que dichos métodos de cultivo son más eficaces que la agricultura industrial, especialmente en lo que respecta a la seguridad alimentaria local. Sin embargo, en los últimos años se han documentado muchas experiencias que hablan en favor de la agricultura biodiversa. En estos estudios se demuestra que este sistema puede competir con la agricultura oficial en lo que se refiere a productividad y que ofrece otras ventajas importantes: la sustentabilidad y la reducción de los riesgos.

El modelo de transferencia tecnológica de la investigación agrícola es típico tanto de los sistemas de investigación a nivel nacional como internacional. En el modelo de transferencia tecnológica todas las decisiones claves en materia de investigación son tomadas por científicos, que realizan sus experimentos en estaciones de investigación o en campos experimentales bajo condiciones controladas y simplificadas. La tecnología agrícola resultante, ya sean variedades resistentes a enfermedades o recomendaciones de fertilización, es derivada luego a los servicios de extensión para su transferencia a los agricultores.

 La agricultura industrial y de la Revolución Verde ha sido bien servida por dicho modelo de investigación agrícola. La investigación reduccionista, los paquetes de altos insumos y la extensión verticalista han sido exitosas: bajo las condiciones uniformes y controladas de esas agriculturas, han elevado la producción por unidad de superficie. Las tendencias simplificadoras de la ciencia reduccionista son bien compatibles con la simplicidad ecológica y social de los sistemas agrícolas estandarizados y especializados. La necesidad de otro paradigma de investigación, Biodiversidad núm. 6, diciembre 1995

La producción de alimentos en formas que destruyen el medio ambiente y sus sistemas de procesamiento, ven reducidos artificialmente sus precios por medio de subvenciones ocultas. La circulación de la información entre el consumidor y el productor se elimina y a la finca no retornan ni beneficios ecológicos ni ingresos económicos.

Estos sistemas que no asumen responsabilidades ni rinden cuentas ante nadie, han creado un nuevo totalitarismo. Para la seguridad ecológica y alimentaria, se debe fortalecer la soberanía nacional sobre la base de la soberanía de los pueblos. En el contexto de la globalización, la sociedad civil tiene derecho a un papel claro y específico con la toma internacional de decisiones, para salvaguardar los intereses de los agricultores, de los pueblos indígenas y los consumidores. Hacia un plan de acción de los pueblos, Biodiversidad núm. 8, julio 1996

Nuestra generación es la primera que ha perdido más conocimiento de los que ha adquirido. Casi la mitad de la diversidad cultural y biológica del planeta corre el peligro de desaparecer dentro de nuestro periodo de vida.

Nuestro gran reto es revertir esas tendencias. Debemos elegir entre la destrucción de innumerables formas de vida en este planeta, de las cuales depende la vida humana, o revitalizar la vida en todas sus formas, tanto culturales como naturales.

Reafirmamos los derechos y responsabilidades de todos los pueblos y los deberes de todos los gobiernos de actuar en defensa de la diversidad. Nos preocupa que el Convenio sobre la Diversidad Biológica corre el riesgo de ser utilizado como un instrumento para erosionar aun más la diversidad y los derechos de los pueblos, convirtiendo los recursos genéticos en productos comercializables usurpados y monopolizados por las transnacionales. Carta abierta a los pueblos y los gobiernos: en defensa de nuestros derechos, Biodiversidad núms. 9/10, diciembre 1996

Monsanto sigue en su afán por controlar nichos de mercado transgénico y mira de reojo a la competencia. En una dramática vorágine de compras desde hace dos años, Monsanto ha comprado una asombrosa cantidad de acciones en empresas semilleras y biotecnológicas. Las compras son impresionantes: por el costo consolidado, por la participación en el mercado que dan a una sola empresa química y por las sinergias que recogerá ahora Monsanto entre semillas y agroquímicos. Monsanto nunca se destacó por la venta de semillas, pero a través de la biotecnología, tal como han pronosticado las ONG, la empresa puede programar genéticamente semillas que necesiten productos químicos patentados. Comprar empresas fabricantes de semillas para ofrecer el paquete tecnológico completo (genes + toxinas) aparece como algo lógico. Y Monsanto está llevando esa lógica hasta las últimas consecuencias.

Absorbiendo a los principales proveedores de germoplasma, tecnología y semillas, Monsanto estará en condiciones de competir con los líderes del mercado, como Pioneer Hi-Bred, la empresa comercializadora de semillas que ocupa el primer lugar del mundo. Pioneer domina la mitad del mercado de semillas de maíz de Estados Unidos y tiene un destacado desempeño en lo que respecta a la soja. Muy bien situada en el mercado, dueña de patentes fundamentales y con los instrumentos jurídicos para controlar al máximo a los agricultores, Monsanto está bien encaminada para recoger las más suculentas ganancias de la aplicación de la biotecnología a la agricultura.

 Según sus productos, sus instrumentos jurídicos y sus métodos vayan llegando a los países del tercer mundo, en poco tiempo Monsanto podría controlar una parte significativa de la agricultura mundial. La soja transgénica de Monsanto en el tapete, Biodiversidad núms. 12/13, septiembre 1997

El pantano en que nos hemos metido en relación a la biopiratería surge de que el problema base no es la biopiratería, el problema de fondo es la apropiación y monopolización de la vida y el conocimiento. Se podrían obtener contratos con altos porcentajes de regalías para quienes hayan entregado recursos, pero eso no impedirá el surgimiento de conflictos graves entre comunidades rurales incluso a través de las fronteras nacionales, ni impedirá que se atente mortalmente contra las culturas locales al imponerse la confidencialidad. El conocimiento que no se comparte ni se nutre de otros conocimientos compartidos, no crece ni evoluciona, y finalmente muere. El recurso que no es conocido, apropiado y explorado por una comunidad, pierde su valor y bajo las condiciones de presión territorial que hoy se enfrentan suele pasar a condiciones de fragilidad y peligro. Por tanto, los contratos no sólo serán incapaces de superar la biopiratería si no que institucionalizarán la destrucción de las mismas culturas por cuyos derechos y sobrevivencia decimos estar luchando. “¿Habrá llegado la hora de ver en qué callejón nos hemos metido?, Biodiversidad núms. 12/13, septiembre 1997

En los últimos años se han documentado muchas experiencias que hablan en favor de la agricultura biodiversa. En estos estudios se demuestra que este sistema puede competir con la agricultura oficial en lo que se refiere a productividad y que ofrecen otras ventajas importantes: la sustentabilidad y la reducción de los riesgos. [...] La evidencia recogida demuestra claramente que un manejo del agroecosistema basado en la biodiversidad es el método más apropiado para aumentar al máximo la productividad agrícola total y garantizar la seguridad alimentaria. El éxito probado de una gestión integrada basada en la biodiversidad brinda argumentos importantes para contrarrestar a los especialistas del sector oficial y las empresas transnacionales, que insisten en nuevas soluciones mágicas para el desarrollo agrícola. Hace falta que más científicos y técnicos agrícolas se unan a los agricultores para construir puentes participativos que partan del conocimiento y la tecnología tradicional, base de unos sistemas productivos que tienen la sanción positiva del tiempo. La agricultura basada en la diversidad biológica produce más, Biodiversidad núm. 15/16, junio 1998

Seis razones por las cuales UPOV es un mal negocio y por las que los países no deberían incorporarse, o incluso argumentar su salida, son:

1. UPOV niega los derechos de los agricultores tanto a nivel particular como en su sentido más amplio. A nivel particular, se cercena el derecho de guardar semillas para la siembra. En sentido amplio, UPOV no reconoce ni apoya los derechos a la biodiversidad inherentes a las comunidades, ni su derecho a un espacio para la innovación.

2. La compañías del Norte se adueñan de los sistemas nacionales de mejoramiento vegetal del Sur. En el régimen UPOV no hay implícito un código de transferencia de tecnología, de no ser que se quiera llamar así a la realidad pura y dura de que las compañías transnacionales pueden comercializar sus variedades en el Sur amparadas por una normativa hecha a medida de sus ambiciones globales. Los fitomejoradores nacionales y las casas de semillas locales son compradas por las compañías extranjeras [...]

4. Los criterios de protección de obtenciones en UPOV exacerban la erosión de la biodiversidad. Esto es tremendamente peligroso, especialmente para los países más empobrecidos. La mayor vulnerabilidad de los cultivos suele compensarse a base de más productos químicos o de ingeniería genética, que los agricultores no pueden permitirse. La uniformidad conduce a pérdidas de cosecha y a mayor inseguridad alimentaria.

5. La privatización de los recursos genéticos afecta negativamente a la investigación. Estudios sobre sus repercusiones realizados en EUA y en otros lugares demuestran una correlación clara entre la llamada “protección” (por registro de propiedad intelectual) de variedades vegetales y una disminución del trasvase de información y de germoplasma. Además, la normativa UPOV sobre variedades “esencialmente derivadas” desincentiva a los investigadores, dado que las transnacionales pueden intimidarle con amenazas de acusarles de plagio.

6. Los avances conseguidos para amparar la biodiversidad en sistemas de acceso negociado —como en el Convenio de Diversidad Biológica y la FAO— son socavados por UPOV. La legislación sobre protección de variedades vegetales concede propiedad privada sobre recursos regidos por la soberanía nacional y, ciertamente, por la soberanía de las comunidades.

7. La adhesión a UPOV supone incorporarse —como parte— a un sistema que apoya cada vez más los derechos de los obtentores industriales en detrimento de los agricultores no industriales y de las comunidades. Las sucesivas revisiones de UPOV (particularmente su versión 1991) vienen ampliando los derechos de los obtentores y debilitando los derechos de los agricultores y el interés público. Los países del Sur se verán obligados a secundar esta tendencia para sus transferencia a los agricultores. Seis de lasDiez razones para decir NO a UPOV, Biodiversidad núms. 15/16, junio de 1998

La UPOV introduce restricciones legales y económicas sobre las formas de sustento que practican los agricultores. En el tratado UPOV de 1978 los derechos de los agricultores quedan convertidos en un mero ‘privilegio’ y en su versión del ‘91 queda librado a la voluntad de cada gobierno brindarle cierto espacio legal a los agricultores para la reutilización de semillas ‘protegidas’ mediante este régimen de propiedad intelectual. Como regla general, el acceso a los recursos genéticos se ve restringido bajo la UPOV, ya sea para fines productivos o de fitomejoramiento. Bajo los regímenes de propiedad intelectual sobre variedades vegetales impuestos por la Organización Mundial del Comercio, el abasto de semillas en el Sur se volcará masivamente a manos de empresas privadas, a pesar de ser los propios agricultores quienes responden actualmente por el 80-90% del suministro.

La UPOV está sesgada hacia las necesidades específicas de la agricultura industrial y su exigencia de uniformidad ha fomentado la pérdida de diversidad genética agrícola. Al permitir que las empresas cobren regalías sobre la venta de semillas, la UPOV estimula el monopolio corporativo sobre el mejoramiento de variedades vegetales, redundando en que haya cada vez menos proveedores de semillas en el mercado, lo cual conduce también a mayor erosión genética. Las compañías fitomejoradoras no están motivadas por la conservación genética (ya que se abastecen en los bancos de genes) y su tendencia es a trabajar con materiales selectos, altamente estabilizados y de amplia adaptabilidad. La UPOV en pie de guerra por el control de los cultivos, Biodiversidad núm. 21, septiembre 1999

Los programas de suplementación y enriquecimiento alimentario tratan los síntomas pero no las causas subyacentes de la desnutrición por insuficiencia de micronutrientes. Esas causas deben buscarse en las dietas de mala calidad compuestas fundamentalmente de alimentos básicos. El ‘arroz dorado’ no es más que una extensión del enfoque de los complementos vitamínicos y, al igual que éste, tampoco aborda las causas. Peor aún, lo que hace en realidad es perpetuar la desnutrición, ya que hace caso omiso de la insuficiencia manifiesta de otros minerales y vitaminas requeridos por el organismo, siendo que todos estos requerimientos podrían ser cubiertos por un enfoque alimentario de la IVA (insuficiencia de Vitamina A).

Aumentar la variedad en la dieta mediante estímulos a la producción y consumo de alimentos naturales ricos en micronutrientes constituye el único enfoque sano y sustentable para superar las insuficiencias de micronutrientes. Actualmente existe un amplio margen de acción para aumentar la oferta doméstica directa de tales alimentos, tanto en las zonas rurales como en las urbanas. La verdadera causa de la IVA radica en que los segmentos de población más vulnerables no se encuentran suficientemente facultados para acceder a esas fuentes naturales de vitamina A. Éste debería ser el punto de partida de cualquier estrategia para combatir la IVA. La variedad es la base de una alimentación balanceada. Las políticas agropecuarias y alimentarias deberían promover la disponibilidad de alimentos ricos en micronutrientes y debería haber programas educativos específicos en nutrición que ayuden a fomentar su consumo. La única manera de liberarnos del círculo vicioso del hambre y la desnutrición es ofreciendo variedad de fuentes alimenticias en los surcos e incrementando la conciencia acerca de la importancia que reviste la comida, no solamente para llenar el buche con calorías sino para mejorar el bienestar alimentario. Biotecnología: El caso de la vitamina A ¿Ingeniería genética para combatir la desnutrición?, Biodiversidad núm. 23, marzo 2000

Para la industria de los plaguicidas la biotecnología representa un nuevo medio para sacar provecho de la liberalización del comercio y la globalización del sistema alimentario. No debe sorprender entonces que la industria haya canalizado la investigación y desarrollo agrobiotecnológico hacia los cultivos de exportación empleados en el procesamiento de alimentos y la preparación de piensos y raciones para animales. En 1999 sólo cuatro cultivos (porotos de soja, maíz, canola y algodón) sumaron más del 99% de la superficie total mundial sembrada con transgénicos. El próximo paso de las empresas de plaguicidas será estrechar sus vínculos con las industrias de transporte y procesamiento de alimentos, algo que ya está empezando a ocurrir. El Cartel de los Plaguicidas, Biodiversidad núm. 27, enero, 2001

Vivimos tiempos duros en que se consolida un número cada vez menor de polos de poder económicos y políticos, para los cuales valores como la solidaridad y la equidad no son prioritarios. Sin embargo, existen bolsillos de resistencia a todos los niveles y en todas partes que nos hacen sentir optimistas, y confiar en que la aplanadora neoliberal no podrá destruir la mayor riqueza que hemos logrado acumular como especie: esa enorme diversidad biológica y cultural que subyace en la raíz de la vida misma. Y en esa resistencia germinan las semillas de la esperanza, De la globalización de la agricultura a la esperanza de la resistencia, Biodiversidad núm. 30, octubre, 2001

La contaminación de maíces criollos, conservados y desarrollados por campesinos mexicanos desde hace siglos, es uno de los peores accidentes ambientales, no sólo por sus consecuencias directas en México, sino por sus implicaciones a nivel mundial. El acervo de germoplasma de los maíces mexicanos está seriamente amenazado por este proceso de contaminación transgénica. Las importaciones ininterrumpidas de maíz transgénico, que la Secretaria de Economía sigue autorizando, garantizan la contaminación creciente de esta riqueza. La lección es clara: urge detener las importaciones de maíz transgénico. Alejandro Nadal, Contaminación transgénica del maíz, Biodiversidad núm. 31, enero, 2002

Los gobiernos buscan la llamada área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), a realizarse en Quito, Ecuador a fines de octubre. Hacemos un llamado a nuestros lectores a redoblar esfuerzos colectivos para resistir y rechazar este modelo de integración que pretenden imponer y que significará para nuestros pueblos más pobreza, más desempleo y pérdida aún mayor del control de los recursos naturales del continente. Alerta en Biodiversidad núm. 32, abril, 2002

Muchas de las compañías líderes agroquímicas y agro biotecnológicas —Monsanto, DuPont y Dow, entre otras— así como un número considerable de compañías más pequeñas y especializadas, han comenzado a desarrollar sistemas basados en plantas para la producción química y farmacéutica. Esto representa un significativo y nuevo desarrollo en la biotecnología de plantas, lo que hasta ahora ha escapado de la opinión pública.

Estos nuevos cultivos “biorreactores” presentan muchos de los mismos problemas potenciales al ambiente que otras variedades de cultivos genéticamente modificados, particularmente si están siendo cultivados al aire libre en gran escala. Los más significativos son los problemas de polinización cruzada y los efectos dañinos desconocidos sobre los insectos, microbios del suelo y otros organismos nativos. Pronto podremos ver enzimas biológicamente activas y sustancias farmacéuticas, que se encuentran en la naturaleza en pequeñas cantidades y separadas bioquímicamente en regiones muy especializadas de tejido vivo y células secretadas por tejidos vegetales, en una masiva escala comercial. Las consecuencias pueden ser aún más difíciles de detectar y de medir que aquellas asociadas con las más familiares variedades de cultivos genéticamente modificados, y podrían escalar hasta un punto donde esos problemas, ahora familiares, comenzarían a palidecer por comparación. “¿Plantas manipuladas genéticamente para fabricar proteínas industriales y farmacéuticas?, Biodiversidad núm. 32, junio, 2002

Existe un conflicto de intereses entre el servicio al bien común y la apropiación privada que no puede ser resuelto con debates elitistas y distantes, no importa cuán enconados sean. Tampoco puede resolverse a través de los cada vez más populares debates “sin consenso” [más conocidos como diálogos multisectoriales o de partes interesadas], en que los participantes acuerdan no estar de acuerdo. Por contraste, ese conflicto sí podrá resolverse en el contexto de la protesta mundial que ahora está adoptando formas y estructuras visibles, reales e inmediatas. Es tan sólo un primer paso, pero en la dirección correcta. Denota una revuelta dentro del sistema, y puede nutrirse del movimiento popular que está adquiriendo dimensiones importantes por doquier; esto, a su vez, no puede más que fortalecer nuestra propia batalla en defensa del patrimonio genético común de nuestras sociedades.

Llegará el día en que los científicos e intelectuales reconocerán la necesidad de emprender la acción social y aceptar la responsabilidad social como parte integral de su responsabilidad científica, en lugar que como complemento, y sumen así su voz y sus acciones a aquellas de millones de otras personas. Ése será un día muy esperanzador para un mundo fatalmente amenazado. Erna Bennet, El carrusel de las cumbres, Biodiversidad núm. 34, octubre, 2002

La cultura de convertir absolutamente todo en mercancías que puedan comprarse y venderse está impregnando cada resquicio de la vida, restringiendo el espacio de la propiedad comunal. La explotación para el beneficio privado ha reducido sistemáticamente lo comunal y el dominio público. Esto ocurre no solamente en el caso de bienes tangibles como los servicios y los espacios públicos —tal el caso de parques y carreteras— sino también con los bienes más intangibles de las ideas y la información, a los cuales ahora cada vez más se les da el nombre de “propiedad intelectual”. El resultado ha sido que todos nos hemos empobrecido. “Al final”, como dice el profesor de leyes James Boyle, “el dominio público es todo aquello que no es propiedad intelectual”. Continúa diciendo: “Uno tendría que ser un amante incondicional de los leones o los chacales —y tener muy poca imaginación para argumentar que las gacelas no son más que los sobrantes de comida de sus adversarios”.

Pero es fundamental reconocer, especialmente en una época en la que el “gobierno” es denostado sistemáticamente y se degrada y deconstruye su mandato de justicia y bienestar social, que la propiedad intelectual es una construcción social. Esto significa que su sentido, legalidad y aplicación dependen de un sistema de gobierno central y legal fuerte, que tenga la voluntad de hacer respetar y ampliar el dominio de la propiedad privada a expensas del bien público. Brewster Kneen, Redefiniendo la propiedad. Acerca de la propiedad privada, lo comunal y el dominio público, Biodiversidad núm. 40, abril, 2004

Aquí, en esta parte del mundo, nació el maíz. Nuestros abuelos lo criaron. Con él se criaron ellos mismos al forjar una de las grandes civilizaciones de la historia. La casa más antigua del maíz está en nuestras tierras. Desde este lugar del universo se fue para otras partes del mundo. Somos gente de maíz. El grano es hermano nuestro, fundamento de nuestra cultura, realidad de nuestro presente. Está en el centro de nuestra vida cotidiana. Aparece sin falta en nuestra dieta y en la cuarta parte de los productos que adquirimos en las tiendas. Es el corazón de la vida rural y un ingrediente infaltable en la vida urbana. Somos gente de maíz. Y lo somos a contracorriente, en lucha continua con los vientos dominantes. Los saberes campesinos e indígenas sobre el maíz han sido continuamente despreciados, reprimidos y olvidados. Se ha provocado la extinción de innumerables variedades nativas de maíz, que eran el fruto de la paciente experimentación de nuestros antepasados. Se indujo a muchos campesinos a la vergonzosa dependencia de los híbridos. Una y otra vez, con diversas políticas, se ha buscado que abandonemos el cultivo de maíz. Se quiere que en lugar de producirlo en nuestra tierra y con nuestras manos se importe de Estados Unidos, donde se siembra para los puercos y para la industria, no para la gente. Defender nuestro maíz, cuidar la vida, Biodiversidad núm. 40, abril, 2004

Observadas hoy en día, todas las leyes de semillas refieren a la represión. Tratan acerca de lo que los agricultores no pueden hacer. Dictan qué tipo de semillas no pueden venderse, no pueden intercambiarse y en algunos casos incluso no pueden usarse. ¡Todo en nombre de la regulación comercial y la protección de los productores agrícolas! En este sentido, las leyes de semillas se complementan con los regímenes de derechos de propiedad intelectual (DPI) como la protección de variedades vegetales y las patentes. Los dos tipos de leyes —regulaciones para la comercialización y derechos de propiedad— se refuerzan mutuamente.

De hecho, dependiendo de la situación, las leyes de semillas pueden ser muchísimo más adversas. Proscriben del mercado a las semillas de los agricultores, creando en consecuencia un tipo de apartheid agrícola en los países donde están firmemente implementadas. Las semillas protegidas por DPI ya no pueden ser comercializadas excepto por quienes son sus propietarios. Las leyes de semillas tienden a asegurar que las variedades tradicionales —semillas que no son producidas por la industria semillera y no están protegidas por DPI— tampoco puedan circular libremente. Todo lo que se puede comprar oficialmente son unos pocos ideotipos autorizados por el gobierno. Leyes de semillas: imponiendo un apartheid agrícola, Biodiversidad núm. 46, octubre, 2005

Hace diez años repasábamos los distintos eventos que ocurrirían en los meses siguientes que despertaban algunas expectativas sobre las posibilidades que ofrecían para revertir la situación mundial de pérdida, destrucción y apropiación de la diversidad agrícola. Planteábamos que ese año “podría ser el punto de partida para nuevas estrategias de conservación y uso de la diversidad genética”. Sin embargo, las reuniones de la FAO sobre Recursos Fitogenéticos, la Cumbre Mundial de la Alimentación y la Conferencia de las Partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica pasaron sin pena ni gloria sin aportar un ápice a estos objetivos. A lo largo de los años cada uno de esos espacios fue convirtiéndose en una pieza más de los mecanismos globales de apropiación y mercantilización de la naturaleza que los poderosos pretenden. Diez años después nos encontramos que también durante los próximos meses tendrán lugar “importantes” reuniones de estos mismos organismos abordando casi las mismas temáticas.

Sin embargo la sociedad civil ya no espera encontrar en estos espacios las respuestas a sus demandas. Por supuesto que las organizaciones de campesinos, pueblos indígenas y cientos de ONG estarán allí haciendo oír su voz y protestando frente a cada uno de los atropellos a los que se las somete. Pero para cada una de estas organizaciones el camino a recorrer está en otra parte: construyendo y defendiendo la biodiversidad agrícola, las culturas y su autonomía desde lo local en cada rincón donde allá una semilla para sembrar. Y articulándose con otros para compartir, crecer y ser más fuertes cada día. Editorial, Biodiversidad núm. 47, enero, 2006

Las semillas Terminator amenazan nuestra identidad cultural; fueron creadas para esclavizarnos. Para nosotros, los guambianos, las semillas no sirven solamente para nuestro sustento, para nuestra alimentación y para nuestro vestir. Ellas tienen un papel importante en la comunicación con nuestros antepasados y con el mundo espiritual. Tienen un valor simbólico importante, como ofrenda para los espíritus que están en los alto de las montañas y en los lagos. Nuestras semillas ya están suficientemente testeadas por millares de años, de innovaciones y experiencias. Si quieren considerar la cuestión apenas desde el punto de vista económico, puedo garantizar que nuestras semillas son muy buenas y resistentes. Pero este tipo de visión es para capitalistas y nuestras semillas no pueden ser reducidas apenas a un bien económico. Lorenzo Muelas Hurtado en la COP 8 de Curitiba en relación a la Moratoria lograda frente a la semillas Terminator, Biodiversidad núm. 48, abril, 2006

Para resolver el problema del cambio climático no necesitamos plantaciones de agrocombustibles. Necesitamos dar un giro de 180 grados en el sistema industrial de alimentos. Requerimos políticas y estrategias para reducir el consumo de energía e impedir el derroche. Tales políticas y estrategias ya existen; se lucha por ellas. En la agricultura y la producción de alimentos eso significa orientar la producción a los mercados locales en lugar de los mercados internacionales; significa adoptar estrategias para mantener a la gente en la tierra, en vez de expulsarla; significa apoyar enfoques sostenidos y sustentables para regresarle la diversidad biológica a la agricultura; significa diversificar los sistemas de producción agrícola, utilizando y expandiendo los saberes locales; significa poner a las comunidades locales nuevamente al frente del desarrollo rural. Tales políticas y estrategias implican la utilización y el posterior desarrollo de tecnologías tradicionales y agroecológicas para mantener y mejorar la fertilidad del suelo y la materia orgánica —y en el proceso secuestrar dióxido de carbono en el suelo, en vez de desprenderlo a la atmósfera. También requieren una confrontación decidida con el complejo agroindustrial mundial, ahora más fuerte que nunca, que está conduciendo su agenda de agrocombustibles justo en la dirección opuesta. “¡Paremos la fiebre de los agrocombustibles!, Biodiversidad núm. 54, octubre 2007

Los promotores de las políticas que modelaron el actual sistema mundial alimentario —y que tendrían que ser responsables de evitar tales catástrofes— dan explicaciones muy sobadas sobre la crisis: la sequía y otros problemas que afectan las cosechas, el aumento de la demanda en China e India donde la gente parece alimentarse más y mejor, grandes cultivos y enormes tierras se destinan a los agrocombustibles. Y no hay duda que los especuladores inflan los precios. Todo esto contribuye a la actual crisis alimentaria pero no es suficiente para explicar su profundidad. Hay algo más importante detrás. Algo que une todos estos temas y que los popes del mundo de las finanzas y el desarrollo mantienen fuera de la discusión pública.

Ya no es posible ocultar que la actual crisis alimentaria resulta de tanto presionar hacia el modelo agrícola de la “Revolución Verde” desde 1960 y de la liberalización del comercio y las políticas de ajuste estructural impuestas a los países pobres por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a partir de 1970. Recetas que fueron reforzadas a mediados de los noventa por la Organización Mundial del Comercio y, en fechas más recientes, mediante un fárrago de acuerdos bilaterales de libre comercio e inversión —y que desmantelaron de modo implacable los aranceles y otros instrumentos con que los países en desarrollo protegían su producción agrícola local—, y los forzaron a abrir sus mercados y tierras a la agroindustria global, a los especuladores y a las exportaciones de alimentos subsidiados procedentes de los países ricos. En el proceso, las tierras fértiles fueron reconvertidas de producir alimentos para abastecer un mercado local, a producir bienes de consumo mundiales para exportación o cultivos fuera de temporada y/o de alto valor para los supermercados occidentales. Hoy, 70% de los llamados países en desarrollo son importadores netos de alimentos. De los 845 millones de personas con hambre en el mundo, 80% son campesinos o pequeños productores. La readecuación del crédito y de los mercados financieros para crear la enorme industria de la deuda, sin control sobre los inversionistas, extremó el problema. La política agrícola no busca alimentar a la gente. El hambre hiere y la gente desespera. Biodiversidad núm. 57, julio 2008, Es necesario cambiar la política alimentaria ¡ya!

Los saberes no son cosas. Son tramados muy complejos de relaciones, muchas de ellas ancestrales, y se entreveran con la comunidad, el colectivo, la región, la circunstancia, la experiencia de donde surgen y donde se les celebra como parte de un todo que pulsa porque está vivo. A ese todo los pueblos indígenas del mundo le llaman territorio: ahí es donde los saberes encarnan, crecen y se reproducen mediante la crianza mutua, porque son pertinentes al entorno social, natural y sagrado que los creó y sigue creando. Pueden ser técnicas de cacería, métodos de siembra, limpieza, recolección, pesca, hilado, alfarería, cocción, herrería, costura, selección de semillas o su cuidado ancestral. Formas más abstractas como cosechar agua, equilibrar torrentes, convocar lluvias, recuperar manantiales, curar los suelos, desviar los vientos, curar nostalgias, pérdidas, malos sueños, dar a luz o restañar heridas. Son actitudes de dignidad y de respeto, pero también el empeño de no dejarse oprimir. Son modos de la querencia pero también modos de equilibrar el daño, la culpa y la zozobra. Son también formas de organización y de hacer claro el trabajo y la vida social compartida, son formas de lucha y resistencia contra el olvido.

Entonces muchos pensadores y la gente común, por igual, nos damos cuenta que el saber siempre se construye en colectivo, que no es posible que sepamos nada solos, que el saber individual es imposible, porque decir saber es decir lenguaje y el lenguaje es nuestro bien común más vasto y más expansivo. Entonces vamos entendiendo que los saberes son bienes comunes libres, y que si se privatizan se rompe el sentido de nuestra vida y se pone en riesgo el propósito fundamental de dichos saberes que es fortalecer la relación natural de respeto, cuidado y justicia entre las personas, las comunidades y el territorio natural donde nos relacionamos. Los saberes, construidos expresamente en colectivo, son la base de nuestras posibilidades de resistencia y utopía. Por eso, para que sigan vivos esos saberes, debemos asumir expresamente su impulso de resistencia. Editorial, Biodiversidad núm. 59, enero, 2009

El actual sistema alimentario mundial, con sus semillas de laboratorio y sus paquetes tecnológicos, no es capaz de alimentar a las personas. Este año más de mil millones de personas sufrirán hambre, y otros 500 millones sufrirán obesidad. Tres cuartas partes de quienes no tienen suficiente qué comer son campesinos y trabajadores rurales (los mismos que producen la comida), mientras un puñado de corporaciones agroindustriales (que deciden a dónde y a quién va el alimento) se embolsan miles de millones de dólares. Pese a su fracaso monumental, y a que enormes y crecientes movimientos sociales claman por un cambio, los gobiernos y las agencias internacionales del mundo siguen pujando por más de lo mismo: más agronegocios, más agricultura industrial, más globalización. El cambio climático en el planeta se recrudece, en gran medida, por seguir con el mismo modelo de agricultura. No emprender acciones significativas empeorará con rapidez esta intolerable situación. No obstante, en el movimiento global en pos de soberanía alimentaria hay una prometedora salida. El fracaso del sistema alimentario transnacional, Biodiversidad núm. 62, octubre, 2009

Los acaparamientos de tierras traen tras de sí un aura neutral. Son debidos, nos explican en círculos gubernamentales, a la inseguridad alimentaria, son producto de la crisis mundial de alimentos “que nos obliga a cultivar donde podamos nuestros propios alimentos y aunque disloquemos la producción, traeremos los alimentos al país para beneficio de nuestra ciudadanía”. Hurgando un poco, asoma la cola el monstruo financiero que impulsa desde grandes consorcios y empresas conjuntas capitales diversos para invertir en tierras, en producciones, en exportación e importación de productos básicos, en especulación alimentaria.

Algo que es brutal pero necesario de entender es que el objetivo más profundo de los grandes capitales es controlar totalmente la producción de alimentos. Han estado sentando las bases para ello durante los últimos cincuenta años y ahora intentan cosechar. El acaparamiento de tierras no es simplemente la última oportunidad de hacer inversiones especulativas con ganancias grandes y rápidas aunque así nos lo vendan: es parte de un largo proceso de toma de control de la agricultura. Por eso y más razones un freno a todo este esquema son los autogobiernos comunitarios que tengan un especial interés en defender sus territorios y sus regímenes de bienes comunales. Porque no es posible la soberanía alimentaria desde abajo, desde el nivel comunidad, en regímenes o países que permitan el acaparamiento de tierra, porque sin una tierra propia, cualquier producción se mediatiza. Entonces más y más comunidades y organizaciones insisten en que debemos propiciar un anclaje entre cosechas propias, semillas nativas y sus saberes locales libres, autogobiernos y territorios con control de agua, bosque, suelos, patrón de asentamiento y recorridos.

En cambio, los nuevos dueños de la tierra buscan volver a confinar los ámbitos comunes, pero ahora en el anonimato “neutro” de extranjeros que desde sus lejanos países controlan a distancia nuestros destinos. Ya no tienen que invadir; hacen tratos comerciales. Ya no tienen la carga de mantener esclavos; tienen peones hiper-precarizados. Ya no se responsabilizan por combatir a los insumisos, que eso lo haga el gobierno huésped o sicarios a modo. El neoliberalismo es la invención de fórmula tras fórmula para evadir responsabilidades. Nosotros tenemos que basar nuestro futuro en la responsabilidad. Editorial Biodiversidad núm. 63, 2010

Author: Biodiversidad