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Editorial

by Biodiversidad | 18 Feb 2014

Unos niños a la orilla de un campo de soja transgénica, quemado por tanto agroquímico. Y sus familias, su comunidad, viven justo al lado, como si nada. Como si los diez metros de separación planteados por las regulaciones ambientales fueran a protegerlos. Y si el alambre de púas es un símbolo ominoso, aquí lo es más porque las corporaciones protegen así su propiedad privada, su secrecía y el acaparamiento brutal, mientras por el aire invaden hacia todos lados su cauda de muerte. Si el acaparamiento ocurre en todo el continente latinoamericano, en Paraguay, en particular, el 85% de la tierra está en manos de un 2%. Los dueños que le dicen. Los añejos terratenientes que vieron en el Paraguay una gran hacienda escondida de los ojos del mundo; los nuevos pioneros brasiguayos ávidos de aventuras en las tierras ignotas que pueden predar, como en el siglo XVIII. Las grandes firmas transnacionales que le dan racionalidad e instrumentos e insumos a todos estos dueños, ellas mismas las detentadoras de un futuro agroindustrial nunca antes visto. Con desarrollos nuevos, y mañas antiquísimas, la clase pudiente en Paraguay sigue decidiendo la vida y la muerte, sin miramiento alguno.


Durante años Paraguay fue el país más desconocido para el resto de América Latina. Tal vez a sus vecinos Bolivia, Argentina y Brasil les llegaba el rumor de lo que ocurría tras los portones de esa interminable hacienda donde la mayoría de la población hablaba guaraní y era mantenida en esclavitud disfrazada por la élite criolla de “los colorados”, el partido de una la oligarquía local, con el dictador Stroessner a la cabeza.


Se hablaba del trasiego con la inmensa selva, para sacar madera y oro de otras regiones sin que fuera tan notorio el movimiento, del tráfico de personas, con especies animales de exportación y con todo tipo de mercaderías lícitas e ilícitas que le abrieron una puerta trasera a la Amazonia.
Pero llegó la soja, transgénica, que ingresó ilegalmente desde Brasil y Argentina, y pronto se extendió a las principales zonas hasta invadir el 60% del área agrícola del país, con modos de cultivo que deforestan el bosque nativo, que contaminan y erosionan los suelos, que destruyen los recursos hídricos y expulsan a la gente tras envenenarla sistemáticamente con los peores agrotóxicos habidos hasta el presente.


Si hoy casi toda la soja que se cultiva en Paraguay es genéticamente modificada, el hecho también simboliza con toda nitidez la operación realmente existente de un sistema agroalimentario industrial con todos sus tentáculos llegando hasta los poderes políticos del Estado paraguayo (o los tentáculos del poder extendiéndose al sistema agroalimentario industrial, porque la relación es de ida y vuelta) que utiliza todos los instrumentos a su alcance para impedir que la gente resuelva por sí misma su subsistencia, y violenta todos los parámetros de la vida social, ecológica, política, económica y subjetiva de las comunidades con tal de promover su expulsión para que maniobren a su antojo las grandes corporaciones.


Si en Colombia, Argentina, Chile, México, Costa Rica, Honduras, Guatemala, Haití o Ecuador los agronegocios empujan junto con los gobiernos en turno derechos de propiedad intelectual, privatización de tierras, programas de desarrollo que fragmentan a las comunidades o políticas públicas que representan un ataque al campesinado en aras de las grandes corporaciones agrícolas y de alimentación, o en aras de un extractivismo que no quiere que los territorios estén habitados por las comunidades que desde siempre los han defendido, es en Paraguay donde cada una de estas formas de operar de las corporaciones embona entre sí de manera total, en todos los órdenes de la vida, buscando un control absoluto y complejo que pretende erradicar toda vida social y política, ahogar toda disidencia, y acaparar toda la riqueza existente aplastando todo a su paso.


En Paraguay, además, esto ocurre con tal sistema y de modo tan estructural que no podemos sino advertir con alarma la gravedad en las violaciones a los derechos humanos individuales y a los derechos totales de los pueblos que conforman el país. La investigación y la gira de observación que hemos emprendido para evaluar los impactos nocivos que ha tenido sobre el país completo el advenimiento de un gobierno proclive a las corporaciones, coteja lo investigado por otros muchos actores (entre ellos organismos de derechos humanos, organizaciones no gubernamentales, de la sociedad civil, movimientos sociales, o las instancias de entidades académicas preocupadas por el recrudecimiento que ocurrió en el país tras el derrocamiento del gobierno legitimo de Fernando Lugo).


En Paraguay hay persecución de campesinos, hay imposición de cultivos, hay contaminación transgénica extrema legal y extensiva, deforestación extrema, extenuamiento de los suelos por el uso indiscriminado de agroquímicos,  privatización y contaminación de los cuerpos de agua, de los pozos y los manantiales, promoción de la propiedad intelectual, desigualdad en el trato fiscal favorable a las grandes corporaciones, promoción de leyes nocivas contra la población, impulso a los agrotóxicos pese a los comprobados efectos sobre la salud ambiental y humana al punto de producir cáncer, leucemia, problemas respiratorios, mal formaciones embrionarias en humanos y animales, severos problemas estomacales, ceguera y muerte. Hay especulación y aumento del valor de la tierra, pérdida de la biodiversidad, y grave pérdida de la soberanía alimentaria y territorial.


Grave es la criminalización de los reclamos campesinos que nos llevan a elevar nuestra voz en defensa de la dignidad más elemental y de las garantías individuales y colectivas más básicas en cualquier país. Y la elevamos en contra de los asesinatos de incontables personas.
Hablamos del exilio de unas 90 mil personas al año que llegan las ciudades a vivir prácticamente de los subempleos más indignos, en las favelas que, por lo menos en la capital, Asunción, incluso se extienden en la vecindad del recinto legislativo nacional.


Pero las comunidades que resisten, en los entreveros de las grandes empresas, promoviendo biodiversidad, salud ambiental, respeto mutuo y justicia social, fomentan la independencia material de las personas y los colectivos mediante profundas tradiciones de lucha pacifica y creatividad comunitaria. Gente que desde las diferentes capas de la sociedad paraguaya seguirá buscando un futuro abierto y feliz para todas y todos. Biodiversidad, sustento y culturas, se suma a estas voces y hace votos por que la sociedad civil paraguaya logre transformar las condiciones que vive el país, y logre establecer una democracia plena donde el respeto y la justicia se den la mano con la libertad, la vida y la dignidad.

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Author: Biodiversidad