
La COP17 de Durban será recordada como un fracaso para la humanidad y un gran acuerdo para los que continúan contribuyendo a que suba la fiebre planetaria. Escuchando los gobiernos de los grandes contaminadores, sobre todo USA y China, deberemos esperar a 2015 para negociar un acuerdo que será vinculante sólo en el 2020. ¡El tema es que no disponemos de diez años! La ciencia es clara respecto a esto. El pico de las emisiones debe darse en 2015 y a partir del año siguiente se deberán reducir si queremos evitar ser responsables de una subida de la temperatura superior a los 4 grados en el curso de este siglo. Los gobiernos habían considerado solemnemente en Copenhague hace dos años, sede de la COP15, los 2 grados como límite, más allá del cual las consecuencias serian dantescas hundiendo gran parte de la humanidad en el apartheid económico y social. ¿Ha cambiado algo? ¿Será suficiente la green economy gestionada por el coloso chino para reducir el calentamiento global? Evidentemente no. ¿Cómo se hace por tanto a esperar hasta 2020? ¿Quién debería obligar a los grandes contaminadores a reducir las emisiones?
Ha prevalecido la idea de dejar en manos del mercado, de las fuerzas productivas (¿o destructivas?) y de las finanzas la capacidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, como si la crisis financiera no hubiese enseñado nada sobre la mano “invisible” del mercado y sobre su único interés: hacer dinero. La ausencia de los principales jefes de estado del mundo contaminante e industrializado en la cumbre demuestra al resto como la política es hoy incapaz de tomar decisiones contrarias a los grandes intereses económicos y financieros, incluso si está en juego el destino de la humanidad. Estos por una razón y aquellos por otra, todo privilegian, erróneamente, las razones de la crisis económica. Un pensamiento primitivo, y sin embargo ganador, el que dibuja todavía una contraposición entre economía y ecología e ignora los límites señalados por la ciencia. Y no es cierto que esta sea la manera de conjugar las razones del ambiente con las del trabajo. Las propuestas presentadas por la sociedad civil y por la ciencia por una seria reconversión energética e industrial del aparato productivo, en grado de responder concretamente a estas dos grandes urgencias, han quedado ignoradas. Ni siquiera sobre los mecanismos de mitigación y adaptación se han realizado concretos pasos adelante para apoyar a los países más pobres y los más vulnerables, como las islas del Pacífico que están desapareciendo debido a la subida del nivel del mar. Los EE.UU que habían garantizado 100.000 millones de dólares cada año para el Fondo Verde han dado marcha atrás y ahora no se sabe quien pondrá el dinero, como será distribuido y cómo se dará la transferencia de tecnologías limpias. Estamos a merced de las olas. Para evitar terminar como náufragos en nuestro propio planeta tenemos rápidamente que construir un campo nuevo que exprese una cultura y una práctica hegemónica que replantee el desarrollo a partir de los límites del planeta. No es imposible. La sociedad civil, los movimientos, los trabajadores, los campesinos y la ciencia están listos. Esperamos que la política esta vez escoja quedarse en el lado correcto. Es la última oportunidad.
Giuseppe De Marzo, portavoz de Asociación A Sud