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Editorial

by Biodiversidad | 15 Jun 2011

La foto de la portada muestra un monte abierto, con nubes en el cielo azul. El monte está erosionado, pelón, pero las nubes siguen acariciando la tierra. Lo vemos todo desde una cesta abierta, que simboliza con su tejido la comunidad que es conjunción y trabajo compartido.

Y ese horizonte abierto, pese a los graves problemas, nos hace pensar en la manipulada y fallida Conferencia de las Partes en torno al Cambio Climático en Cancún y en la enorme movilización que desde abajo llegó para gritar en pos de justicia social y ambiental. Nos hace repensar los falsos remiendos que se siguen promoviendo con afanes de lucro.

Pero también, desde infinidad de rincones, las organizaciones, comunidades y colectivos repensamos las verdaderas soluciones que hemos propuesto mirando el panorama completo. Entendemos que el sistema industrial capitalista contemporáneo intenta controlar la mayor cantidad de re-laciones, riquezas, bienes comunes, personas y actividades potencialmente lucrativas mediante leyes, disposiciones, políticas, “investigación”, extensionismo, programas, proyectos y carretadas de dinero.

Los agronegocios, por ejemplo, que implican producir (alimentos y ahora agrocombustiles) en grandes extensiones de terreno para cosechar grandes volúmenes y obtener mucha ganancia a toda costa, tienen incrustada una lógica industrial que ejerce una violencia extrema contra las escalas naturales de los procesos y los ciclos vitales, y en su “integración vertical” promueven una enloquecida carrera por agregarle valor económico a los alimentos con más y más procesos —acaparamiento de tierra que implica concentración, desmonte y deforestación; semillas diseñadas en laboratorio, de patente y certiļ¬cadas; suelos intervenidos (y empobrecidos) con fertilizantes y pesticidas megaquímicos, con monocultivo y mecanización agrícola; transporte, lavado, procesamiento, empaque, estibado, almacenado y nuevo transporte (incluso internacional) hasta arribar a mercados, estanquillos, supermercados y comederos públicos.

 Esto hace del sistema agroalimentario mundial (todo un tramado de actividades relacionadas, muchas de ellas innecesarias) el responsable de emitir gases con efecto de invernadero que pueden sumar 57% del total de gases emitidos. Estos procesos sumados son lo que más contribuye al calentamiento que extrema la crisis climática.

El modo industrial de producir alimentos produce ganancias inmediatas e incluso ganancias adicionales si las empresas venden derechos de contaminación en otras partes con tan sólo limpiar un poquito sus emisiones, gracias a mecanismos financieros perversos que hoy tienen tanto respaldo institucional (como REDD). Pero es claro que sus métodos son tan insustentables que en los últimos 50 años el uso de agrotóxicos y otras prácticas industriales que erosionan los suelos han causado la pérdida promedio de entre 30 y 60 toneladas de materia orgánica por hectárea, es decir entre 15 mil millones y 20 mil millones de toneladas de materia orgánica, lo que significa estar perdiendo el corazón de los procesos agrícolas que sí pueden enfriar, estabilizar, la tierra.

No extraña entonces el caos ambiental del planeta, que además sojuzga a las comunidades atrapadas en ese sistema globalizador que no resuelve la alimentación de las comunidades ni los barrios pero sí vuelve trabajo innoble y a veces semiesclavizado lo que antes era tarea campesina creativa, digna y de enormes cuidados.

Por eso, producir nuestros alimentos de modo independiente del llamado sistema alimentario mundial es algo profundamente político y transformador. Y lo es porque recurre a las prácticas campesinas que durante milenios cuidaron los territorios de un modo integral. Las comunidades campesinas que han cuidado el monte (en su mayoría indígenas) y por ende el mundo, han cuidado por milenios las semillas como el legado común más valioso de la humanidad y entienden que la fertilidad y estabilidad naturales de los suelos dependen también de la estabilidad y buen cuidado de la región más amplia del territorio (y sus bosques, aguas, animales), mediante saberes mutuos, compartidos: verdaderos bienes comunes que van más allá de las meras prácticas agrícolas convencionales.

La agricultura campesina puede enfriar la tierra pero hay que entender que esa tarea es también algo que debe ser común, compartido, porque el cuidado del territorio así lo exige, y porque las corporaciones son ya muy poderosas, muy penetrantes.

Por eso, si en verdad creemos en la vía campesina para resolver el problema de la crisis climática (y otras varias crisis relacionadas) entonces de modo muy radical tenemos que volver a luchar por la defensa de la tierra en manos campesinas, indígenas.

Sí. Hay que seguir buscando que los países bajen las emisiones. Hay que seguir luchando por no permitir los sistemas de especulación financiera que recrudecen la situación, que enriquecen a unos cuantos y dejan la contaminación intocada, como el infame programa REDD. Hay que seguir frenando los nocivos proyectos de la llamada geoingeniería.

Pero lo crucial es hacer un llamado en pos de una reforma agraria integral, a nivel planetario y país por país, que reconozca los territorios (tierra, aire, agua, biodiversidad, recursos) de los pueblos y su carácter comunal, inalienable, inembargable e imprescriptible. Detener el proceso actual de acaparamiento agrario por parte de gobiernos y firmas de especulación financiera. Emprender una defensa de los territorios de los pueblos contra todos los proyectos extractivistas que atentan contra la posibilidad de que, como campesinos, retomen un cuidado de suelos, aguas, bosques, procesos vivos entre animales y plantas, con una producción propia que no violente los procesos naturales biológicos y sociales implicados en el cultivo, que circule pocas distancias, que reduzca los procesos implicados entre la producción y el consumo, que recurra lo menos posible a los mecanismos monetarios, que implique una integralidad entre cultivar, recolectar, cazar, pastorear o cuidar animales de traspatio y que eso refuerce modos de vida más equitativos, comunitarios y con afanes de justicia. Es crucial que los gobiernos y la sociedad civil que sí tienen buena voluntad reconozcan que el modelo extractivista, industrial, no es compatible con el “buen vivir” de los pueblos.

Es indispensable apoyar la autonomía, los autogobiernos, la autodeterminación de los pueblos, pero no de una manera retórica y distante, sino desde los mismos procesos de trabajo de base, organizados y sistemáticos.

Sólo así será posible que la agricultura campesina enfríe la tierra, contribuya al cuidado del planeta y a la promoción de la justicia. Ésta es la verdadera lucha y no es una tarea fácil. La soberanía alimentaria se alcanzará mediante un trabajo en muchos frentes. Tenerla como consigna es crucial, pero emprenderla en nuestra cotidianidad inmediata es un reto impostergable.

Biodiversidad se ofrece como instrumento para discutir, buscar respuestas, propuestas, caminos comunes. Aquí estamos con el horizonte abierto pese a todo.

 

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Author: Biodiversidad