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Editorial

by Biodiversidad | 14 Dec 2010
El dibujo a tinta que aparece en la tapa, iluminado con los colores de la vida que retrata, nos muestra a unos comuneros, indígenas, campesinos, libertarios, custodios de saberes, cosechadores de cultivos, frutos, nubes, torrentes y manantiales, cuidadores del bosque, el suelo y la comunidad, trabajando juntos, en la variada exuberancia de sus campos de labor que son huertos, porque sólo así las comunidades de todo lo vivo se criaban mutuamente con las comunidades humanas.
Su principal enseñanza, la que nos lanzan al rostro con la delicadeza y la fuerza de la que son capaces, es que convivir con respeto mutuo es posible, que la vida y la cultura se refuerzan mutuamente, que la soberanía alimentaria, el autogobierno, la convivialidad, la autogestión, son herramientas indispensables para inaugurar un futuro viable ahora mismo, siempre que la justicia y el cuidado sean el modo. Son tan impecables estos argumentos de pueblos y comunidades, (y de los barrios urbanos herederos de sus tradiciones), que deberían bastar para decidir el futuro de la humanidad. Son argumentos que nos cuestionan desde las acciones, los cuidados, las labores, los respetos, la atención a varios ciclos y sutilezas, y por sí solos podrían bastar para hacernos entender hacia dónde ir, digamos que con su ejemplo.
Pero el mundo está enfrascado en engaños e ilusiones de muchos tipos. Con las crisis financiera, alimentaria, energética, climática, laboral, sufrimos también una crisis de la legalidad, es decir, de los instrumentos para aligerar la convivencia. Es una crisis de lo que conocemos como pacto social. A nivel mundial, nacional, local. Es una crisis de lo jurídico, y de eso que la gente invoca como derecho. 
Hoy existe un gran número de personas para quienes la ley no tiene mucha credibilidad. Primero que nada porque ésta se viola a diario. Y mucha gente resiente la enorme impunidad de actos directos odiosos (de transgresiones de inmenso daño como el despojo, la devastación, la destrucción total, el envilecimiento y el asesinato) o de irresponsabilidades y omisiones criminales. Otros muchos sienten, con razón, que la ley es insuficiente, y si no insuficiente, sesgada, y que sus exigencias y aspiraciones no son reconocidas como derecho o que sus derechos no están plasmados. 
 
Hay ahora también una conciencia más y más clara de que gran parte de la institucionalidad jurídica de los Estados está encaminada a la aprobación y la puesta en efecto de leyes francamente nocivas, que atentan directamente contra muchas de las más vitales estrategias de la humanidad. Tales leyes se van urdiendo en tejidos legales más enredados, que se apalancan unos en otros, que al final resultan un gran paquete legal que no deja resquicios para que la gente se pueda defender, por los cauces institucionales, de las disposiciones expresas de las Constituciones nacionales y de infinidad de leyes, normas, regulaciones, reglamentos, registros, certificados, “principios”, que le abren espacio a las corporaciones y a su concepción industrial para seguir haciendo negocios de la manera y en la extensión que más les convengan, sin que haya ninguna consecuencia que se contraponga a sus intereses. 
Por si fuera poco, en todo el mundo, junto con las corporaciones, los aparatos financieros y los organismos internacionales, los mismos Estados trabajan por desfondar sus aparatos jurídicos para crear unos que puedan invocarse por encima o por los huecos de las institucionalidades propias de cada nación, y el ambiente del comercio, la cooperación técnica, la comunicación, la educación, la salud e infinidad de aspectos de la vida se llenan de tratados y acuerdos internacionales bilaterales o multilaterales que están reinventando el universo de las normas para hacerlas más al modo de los negociadores y sus clientes y menos al modo de la población que busca reconocerse en su marco legal.
Como si esto no fuera suficiente, en muchos países la delincuencia organizada está imponiendo por la fuerza, condiciones y disposiciones a su voluntad y arbitrio y comienza a ser un sistema al que ya no puede llamársele paralelo. En muchos países a este sistema delincuente la gente con burla herida le llama “el sistema”.
 
¿Y cómo pueden fluir las comunidades y los individuos con aspiraciones de justicia en esa espesura legal que pareciera negarles existencia, importancia, incumbencia y posibilidad de recurrir a la legalidad para hacerse escuchar?
Las potestades ancestrales, anteriores a las leyes, no las reconocen con facilidad los Estados (como en el caso de los pueblos en aislamiento voluntario) o se violan los acuerdos de respetar estas potestades con tan sólo la firma de una corporación interesada en lucrar con sus recursos. 
Más y más ámbitos comunes se fragmentan, se secuestran, se privatizan, se confinan. 
Se criminalizan las estrategias más complejas y valiosas de la humanidad (como es la producción independiente de alimentos —propios o para mercados locales—, como es el intercambio de semillas con sus saberes asociados, y por ende toda la vida y visión de cultivadores que es crucial para un futuro). 
Se criminaliza también que los pueblos y las comunidades exijan sus derechos, defiendan sus territorios y su vida íntegra, que protesten por despojos, devastaciones y daños en cualquier nivel, competencia o asunto.
Ante este panorama tan entreverado, la reflexión en pos de cartas de derechos indígenas, derechos campesinos, o del agricultor, del derecho a la alimentación, a la salud, a la educación o a un ambiente sano, no puede pensarse aisladamente. Debe por fuerza considerar todas estas contradicciones para entender la espesura jurídica en la que estamos metidos, sabiendo muy bien que las instituciones no son la gente. 
Que en las comunidades, en los pueblos, la gente va entendiendo que sus principios sencillos de convivencia (tan menospreciados por muchas personas en las grandes ciudades) siguen siendo vastos, pertinentes, valiosos. Que no es una idealización su apuesta por valorar la socialidad con otros, por devolverle valor a la palabra y a las acciones propias, por tender un puente entre palabras, acciones y consecuencias en un pacto social cultivado en común. Pese a la violencia y los desencuentros que pueda haber, esta apuesta por la palabra volverá vez tras vez a darle peso a una sabiduría de antes, actualizándola para entender y tomar en cuenta los horizontes actuales, siempre que tenga el latido de la justicia en el corazón y la cabeza.
Hay una nueva conciencia que va creciendo: la visión campesina muchas veces indígena que ejercen los pueblos, está vigente. Y pone en evidencia las contradicciones del impositivo sistema corporativo-industrial-financiero y su impertinencia, es decir, su escasa eficacia y su tremenda injusticia. 
Cuanto más adquieren conciencia los pueblos del horizonte completo de hoy, de la negación de derechos, de la nocividad de muchas normas y de la impunidad que nulifica la posible acción de leyes potencialmente buenas, los pueblos y comunidades levantan sus herramientas y su equipaje, para emprender su propio camino con una paradoja en la mano: saben que están solos ante la ley, pero saben que están juntos, en la justicia, con muchos otros en las mismas condiciones. 
 
BIODIVERSIDAD
Author: Biodiversidad