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Voces contra la polĂ­tica de las transnacionales

by Julia Franco, Javiera Rulli, Petrona Villasboa y Magui Balbuena | 22 Jan 2007

Soberanía alimentaria

Julia Franco, Javiera Rulli, Petrona Villasboa y Magui Balbuena

Durante el Segundo Encuentro Internacional de Mujeres Por la Tierra, la Igualdad y la Soberanía Alimentaria, celebrado en Asunción del 14 al 16 de noviembre de 2006, las mujeres trabajadoras campesinas indígenas de Paraguay y Argentina intercambiaron experiencias desde las propias luchas que llevan adelante en sus lugares, buscando fortalecer un espacio de análisis y acción. Los ejes de debate y discusión giraron en torno a la situación de las mujeres trabajadoras del campo y la ciudad en relación con la producción, la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, la migración, la violencia y el atropello de la cultura. Cuatro mujeres nos hablan aquí de su visión y lucha.

 

La coyuntura exige análisis, alianzas y nuevas estrategias

Julia Franco: Ante la realidad de las mu­jeres campesinas, indígenas, urbanas, creemos que es muy importante encontrarnos, ir fortaleciendo un espacio donde podamos intercambiar experiencia, donde podamos discutir nuevas formas de acción que tenemos que llevar en adelante, en el futuro, porque creemos que la coyuntura que vivimos, a nivel nacional y en Latinoamérica, nos exige hacer alianzas, analizar mejor las situaciones, ir viendo estrategias.

Sabemos que con la política de las transnacionales —que ni siquiera son políticas de nuestros gobiernos, sino políticas transnacionales—, con la implementación del modelo agroexportador en Paraguay, en Latinoamérica, es mucho más preocupante la situación que vivimos las mujeres. Más las mujeres: nos afecta en la salud, en la alimentación, hay un mayor porcentaje de de­sin­te­gra­ción —que también somos las mujeres quienes más lo sufrimos. Hay una migración masiva de mujeres campesinas y también de mujeres urbanas. So­mos las mujeres campesinas quie­nes migramos de Paraguay a la Argentina, y las mujeres que tienen más posibilidades en las ciudades se están yendo hacia España.

Esto es preocupante. Las consecuencias a nivel familiar son graves, y a nivel comunitario vemos comunidades enteras que se convierten en sojales, sin la posibilidad de que haya alumnos en las escuelas. Están con menos alumnos o están cerradas. En algunas comunidades de Itapúa se pueden ver sojales que antes eran comunidades y, en medio de esos sojales, están el colegio o la escuela sin ninguna población. Somos las mujeres las más afectadas, somos las que llevamos la carga más pesada, por lo que en Conamuri vemos necesarios estos espacios. Pa­ra conocer experiencias de lucha, alternativas que desde diferentes sectores (mujeres campesinas, indígenas, rurales, urbanas), estamos llevando adelante. En Paraguay, en el espacio propio de mujeres que es Conamuri, creemos que debemos tomar estos elementos, experiencias, intercambios, para fortalecer nuestra lucha. Para nosotras es muy importante.

Las mujeres somos las más analfabetas, las más desinformadas, porque somos quienes trabajamos, trabajamos, trabajamos, sin poder acceder a las informaciones reales. Muchas veces lo que nos llega son informaciones irreales, por medio de la televisión o la radio.

La lucha por la soberanía alimentaria. Es preocupante la forma en que vamos perdiendo nuestra cultura de la alimentación, la cultura de convivencia, la cultura de producción. Estamos dependiendo, mucho más, y si no contrarrestamos estas situaciones creadas por la política de las transnacionales, vamos a depender más, y está en peligro nuestra soberanía alimentaria. La pérdida de la soberanía alimentaria es para nosotras la falta de la tierra, de agua, de leña, de bosques; la contaminación masiva; la falta de educación, de salud, de vivienda: todo esto incluye lo que es la soberanía alimentaria para nosotras.

Nuestra soberanía alimentaria está en peligro. Y Conamuri forma parte de la articulación en Vía Campesina. En Vía Campesina desde hace tiempo somos las mujeres quienes llevamos adelante, con más fuerza, la lucha por la defensa de la soberanía alimentaria. ¿Y cómo lo hacemos? De diferentes maneras: desde nosotras mismas, desde nuestras familias, desde nuestras comunidades. Es urgente que también se involucren las mujeres urbanas de Paraguay. Ellas aún no se preocupan siquiera de esta situación. Y eso es un desafío para nosotras como mujeres campesinas indígenas: poder hacerles llegar más información para que también las mujeres urbanas puedan ir tomando conciencia y que más fuertemente llevemos adelante la lucha. Es necesario, no hay otro camino para nosotras, creemos que ir haciendo alianzas con las mujeres de la ciudad es el desafío más grande que tenemos para fortalecer más el accionar contra la política de las transnacionales. A esto nosotras le llamamos alianza productora-consumidora o consumidor-productor.

Hay que mapear la cadena de los agronegocios y sus efectos a escala global

Javiera Rulli. En el encuentro de Conamuri hicimos un taller para mapear los agronegocios, para que los campesinos entiendan cuál es la dominación de las corporaciones en la agricultura y en la producción de alimentos a escala global. Es un esquema muy complejo. Cuando se presenta en el papel vos ves que los mismos campesinos lo conocen muy bien, porque están en contacto y están metidos en la cadena.

La cadena de los agronegocios se inicia con los insumos que requieren los monocultivos industriales, que son las semillas híbridas, o semillas transgénicas, donde corporaciones como Monsanto, Pioneer, Syngenta, cada vez controlan en mayor grado el mercado de las semillas. Son diez empresas, diez corporaciones, que controlan ya el 50 por ciento del mercado de las semillas a nivel global. Y Monsanto es una de las principales porque controla el 90 por ciento de las semillas transgénicas.

Después tenés todas las corporaciones que te venden los agrotóxicos, que muchas son las mismas que venden transgénicos. Porque la mayoría de las semillas híbridas o transgénicas requieren el uso intensivo de agrotóxicos. Están también las empresas o las corporaciones que venden maquinaria. En la fórmula del monocultivo de gran extensión, pa­ra poder ser competitivo, hay que tener mucha superficie y mucho capital que invertir. El campesino queda fuera, a corto o largo plazo.

El tercer eslabón son los silos, que son los acopiadores —Cargill, adm, Bunge—, que controlan también entre pocas corporaciones lo que es el transporte de productos a nivel global. Ellos se venden entre sí: Cargill-Paraguay, Cargill-Latinoamérica, le vende a España, por lo que siempre se van a vender a bajo precio, y el país no gana.

Así, a nivel Sur se conforma esta región de producción de forraje, que es el rol que nos toca por el mercado global, donde el campesino quizá no entiende por qué existe un mercado que le inunda, y que exige que se produzca algodón, soja, y pareciera que nadie quiere otra cosa. En Paraguay, los campesinos no consiguen crédito si no es para algodón o para soja.

Están involucrados los gobiernos y las agencias financieras internacionales. Acá las financieras entraron a prestar dinero a los productores en el tercer año de sequía (una financiera llamada Interfisa, que es un proyecto del Banco Interamericano de Desarrollo), lo cual probablemente sea deuda externa. Esta financiera presta dinero, pero no para producción orgánica u otras técnicas de recuperación de tierras, sino para comprar semillas y agrotóxicos, alquilar maquinaria y cultivar soja o algodón.

Esto se interrelaciona en diferentes entidades financieras. Toda la infraestructura que requieren los monocultivos —el transporte, la hidrovía para después exportar— también recibe dinero de agencias como el Banco Mundial, lo que implica deuda externa. O sea, nuestros países se están endeudando para favorecer el mercado que diseñan las corporaciones de los agronegocios. Es un momento clave en Paraguay, porque tenés una gran proporción de campesinos endeudados por los tres años de sequía que ha habido y porque, como los campesinos tienen máximo diez hectáreas, producir soja no les conviene, no les sale la cuenta. Siempre van perdiendo. Están todos endeudados, muchos endeudados con los mismos silos (el silo está actuando como financiera, primero te prestan y luego te compran la cosecha).

Ahora el Banco Mundial entra en Paraguay promoviendo la titulación rápida de tierras como si con la titulación se arreglaran los problemas de producción y economía que sufren las economías campesinas. ¿Cual es el gran peligro? Que cuando todas esas familias campesinas, con dinero del Banco Mundial, puedan titular las tierras, esas tierras van a ser desalojadas, porque están endeudadas con la Interfisa, que en rea­lidad es el Banco Interamericano de De­sarrollo. Todo esto es a nivel Sur. ¿Pe­ro qué pasa cuando la soja llega a Europa o a China?

Ahí no va a las granjas de campesinos y pequeños productores en Europa. Va sobretodo a grandes industrias, a procesadores, a Nestlé, o Unilever, que utilizan la soja para aceite vegetal, pero principalmente va como forraje. Va a la gran agroindustria: empresas que tienen miles de cerdos, miles de vacas en un galpón. Algunas veces todavía tienen formato de granja, aunque en realidad sea una familia de las pocas que quedan en los pueblos, que vive en una granja automatizada. Es como que tuvieran una pequeña industria de cuatro mil chanchos, o cien vacas. Y casi no necesitan trabajadores, y los hijos de estos pequeños productores no van a poder ser campesinos, porque la familia campesina que se metió, que todavía subsiste en el campo europeo con estos miles de animales, está tan endeudada que las ganancias le dan para subsistir y poder pagarle al banco. Es la misma situación que en Paraguay, con otro nivel socioeconómico, pero también sin ninguna perspectiva de futuro ni desarrollo local.

Tenemos que entender qué pasa a nivel de las procesadoras, cuáles son características de la soja que la hacen tan esencial para que fluya a este mercado global. Y es que la soja es un motor para la agroindustria como el petróleo para la industria de los coches, porque tiene una versatilidad muy alta. Podés utilizarla para forraje, pero también para alimentos, para hacer crema, lecitina, la metes en todos los alimentos, en sustancias químicas, en productos de higiene, pinturas, cosméticos, shampoo, etcétera. Ahora el gran mercado es el biocombustible.

Las corporaciones que controlan el mercado de la soja, controlan toda la producción de alimentos, porque están metidas en todo: Cargill tiene la soja, la va metiendo en todos los alimentos, con lo cual controla las industrias a las que les vende, porque no se puede producir alimentos si no hay los insumos de proteína vegetal o aceite vegetal. Esas procesadoras le venden a los grandes supermercados.

Los supermercados son la cara del agronegocio en la ciudad. Donde entra el supermercado se acaba la vida de barrio, la pequeña comunidad urbana, porque el supermercado acapara todo el público, son grandes infraestructuras, es la cultura del shopping. Esta cultura de supermercados tiene como nicho para los pobres el pequeño mercado. Porque así como está Carrefour, que es una megapotencia, o Wallmart, corporaciones que tienen presupuestos más grandes que países del Sur, también se desarrollan supermercados para pobres, o se desarrollan programas alimentarios para gente pobre, a la que se le distribuye soja directamente. En Paraguay le llaman “la vaca mecánica”, promovida por la primera dama, que se está estableciendo en todas las villas miseria, en los pueblos. En Argentina fue la “soja solidaria”. Uno ve la complicidad de organismos internacionales como Naciones Unidas, que siguen la propaganda de las corporaciones e insisten que este tipo de agricultura, este sistema de producción de alimentos, va a favorecer a los pobres y va a acabar con el hambre, cuando es totalmente al revés. Estados Unidos manipula y destroza la economía del Sur a través de la ayuda alimentaria, donde la soja transgénica o el maíz son los principales insumos que distribuyen. Europa, con el gran nivel de importación de soja que tiene, resulta en un exceso de producción de lácteos y de carne que después son vendidos al Sur, a Latinoamérica, África, Asia, con precios subvencionados, a partir de los acuerdos de la omc y los acuerdos agrícolas de la Comunidad Europea. Esta carne, estos lácteos, van al Sur, sobre todo a África, con un precio de bajo costo, desplazando al mercado local africano.

Por un lado, producimos acá soja en el Sur. Se desplazan los campesinos, lo que favorece solamente a las corporaciones. Esto crea un exceso de producción en el Norte que se distribuye sobre todo a través de supermercados, afecta a la población campesina europea, afecta también a la población urbana en el Norte y en el Sur, pues toda la alimentación va a través de los supermercados, y después el excedente viene al Sur de nuevo, subvencionado por los Es­tados —con impuestos que pagan los ciudadanos. Al final esos subsidios favorecen a la industria, que vende su producción acá, y vuelve a afectar al pequeño comercio y al desarrollo local. Así que, por una lado, la soja desplaza gente en Paraguay; los paraguayos se van a España a ser empleados domésticos; la soja va a Europa, se hace carne; la carne va a África, desplaza al campesino africano, y el campesino africano se tiene que subir en un barquito y tratar de llegar a Canarias, si es que no se muere, si es que tiene suerte.

Es un mecanismo global dominado por corporaciones con la connivencia de los gobiernos, que lo único que hacen es destrozar la vida en el Sur y en el Norte. El gran peligro que se viene es el biocombustible. Porque toda esta dinámica de producciones de extracción de recursos naturales ha provocado un impacto en nuestro planeta. Las consecuencias las vemos en el cambio climático.

El clima es cada vez más impredecible, vamos de sequías a inundaciones. Con este clima no se pueden producir alimentos, es un gran peligro ya para nuestra seguridad alimentaria a nivel global, y Monsanto, o corporaciones como Syngenta, que dominan la semilla, no van a ser capaces de responder a esta situación, aunque ellos mismos la promueven.

El único que va a poder responder a todas estas inclemencias va a ser el campesino, el que cultiva a pequeña escala, el que conoce sus semillas, el que conoce su tierra, y el que tiene una gran reserva de semillas para jugar y experimentar un poco, a ver qué sale, qué cosecha sale.

Estamos yendo hacia un precipicio, hacia un lado totalmente equivocado, con una orientación incorrecta. Por eso es muy importante mapear los agronegocios en el momento en que Conamuri lanza la Campaña por las Semillas Nativas, para que las mujeres entiendan realmente el valor político que significa guardar sus semillas.

Para que el pequeño campesino (que está en las regiones más remotas del Paraguay) entienda que juega un rol a nivel global, y los enemigos a los que se enfrenta. No es para que pierda la esperanza, sino para que se dé cuenta que la lucha de cada campesino es ya una lucha por todo, por todos nosotros.

Estoy luchando para defender la vida

Petrona Villasboa: La primera intoxicación de mi hijo, Silvino Talavera, fue el 2 de enero de 2003. Nosotros estábamos completamente intoxicados también. Porque Silvino fue al almacén a comprar carne y fideos. Cuando regresaba a mi casa, el señor Laustenlager derrama encima de mi hijo ese veneno, y con esa carne y fideos nosotros comemos. Al mediodía, a eso de las 13:30 estábamos todos intoxicados, toda la familia.

En el momento no sabíamos que era el veneno, porque Silvino no le cuenta nada a nadie, no sabíamos que era envenenamiento. Yo pensé que era alguna peste. Solamente mi sobrino cuenta. Gra­biel es el testigo clave; Grabiel le vio al señor que derramó el veneno. Cuando yo me llevaba al hospital a la nena Patricia, a eso de las 3 o 4, hacia el Hospital Aldea de Niños, Silvino y toda la familia quedó en mi casa, tomando remedios caseros. Y después, el 5 de enero, salimos de alta. Vinimos a mi casa y ahí sí Silvino ya estaba más o menos mejorando. Y el 6 de enero hu­bo otros envenenamientos cerca de mi casa otra vez, a 15 metros de mi casa, y el 7 Silvino murió.

Era el 6 de enero, las 12:30 de la mañana. El señor Freddy Laustenlager estaba envenenando cerca de mi casa, y era muy fuerte el viento, viento sur-norponiente, que soplaba todo el veneno a mi casa.

El 7 a la mañana yo pedía solidaridad, porque nosotros somos pobres. Los 11 estaban totalmente enfermos, no podía llevarlos porque no tenemos vehículo y era muy lejos el hospital. Entonces yo me llevo a Silvino y a Sofía nomás al hospital más cercano, ahí llegamos no­sotros. Cuando amanecimos, eran las 4 de la madrugada, ahí ya Silvino no sufre más los dolores de estómago, solamente sufre los dolores de hueso, ya tiene todo con moretones. Le miré la piel, ya estaba totalmente coa­gulada su sangre. Y yo lloraba, me fui a la casa de Herman Schlender para pedirle el vehículo y llevar a mi hijo al hospital. Todavía no amanecía. Salió la esposa y dijo que no estaba, que estaba trabajando ya, pero eso era mentira porque todavía no amanecía.

Buscaba vehículo, y después encontré uno que me llevó a la Unidad 28, un puesto de salud. Llegué ahí a las 7 de la mañana. Cuando vino el doctor y lo vio a Silvino, me dice “su hijo está totalmente envenenado”. Ahí me di cuenta del veneno. Y dijo, “nosotros no tenemos acá equipamiento, tiene que llevarlo a otro hospital”. Empecé a llorar. No podía hacer nada porque estaba también mi hija Sofía que también lloraba desesperada. Buscamos otro vehículo y lo llevamos al Aldea de Niños. Llegamos como a las 11:30 de la mañana, y cuando lo atendió la doctora dijo la misma cosa (ahí Silvino estaba totalmente paralizado ya, cuando nosotros lo llevamos ya no caminaba más). La doctora dice la misma cosa, que era envenenamiento fosforado, “es muy fuerte y difícil que Silvino viva”, dijo, y que lo tenía que llevar a un hospital con equipamiento. Lo alzamos otra vez y cuando salimos, a quinientos metros del hospital, ya tuvo una hemorragia. Lo llevamos al Hospital Materno, 7ª Región de Encarnación. Llegamos como a la 13:30, y a las 14:45 murió Silvino. Le iban a hacer lavado de estómago y él ya no aguantó más, y murió. Cuando llegamos a mi casa, llevaba el cuerpo de mi hijo, en ese momento no sabía qué pasaba, no tengo en cuenta qué es lo que pasó, esa noche… no me acuerdo qué pasó.

La lucha organizada por justicia. Ganamos dos veces el juicio oral y público. Ellos inventaron muchas cosas contra nosotros. Yo pedía a los jueces que salga la justicia para ellos. Yo espero la justicia. Nosotros, a través de nuestra organización Conamuri, llevamos adelante esta lucha, porque sabemos que sufrimos mucho amedrentamiento, amenazas de muerte. También mataron ellos mi vaca. Anteriormente también ofrecieron plata. Cuando yo no agarré ese dinero —ellos ofrecieron 250 millones de guaraníes—, yo les dije que yo no quiero plata, que yo quiero justicia, ése es mi sueño, que haya justicia. Pensando en la cantidad de niños que crecen, la verdad es que mis hijos y yo, noso­tros, quedamos como quedamos, con las secuelas, mis hijos todos dejaron el colegio, no pudieron trabajar más, quedamos como quedamos.

No es un caso aislado. Cuando mi hijo Silvino murió, el 7 de enero de 2003, después murió otro nene, de 9 meses con el mismo cuadro de envenenamiento. Y después una niña de 11 años, también el mismo cuadro. Pero ellos no hicieron ninguna denuncia, porque la verdad es que tienen miedo, pero había muchos niños. En nuestro campo santo hay muchos niños muertos.

Hace dos meses y medio mi nieto murió acá en el Hospital Materno-Infantil. Quedó como 12 días internado, tenía hidrocefalia y tuvo cuatro operaciones, y no podía más y murió. Y eso fue otra consecuencia para mí. Tenía 5 meses, se llamaba Vidal Samuel. Y también asesinaron a mi hermano, que fue un amedrentamiento para mí, lo secuestraron como diez días, y después lo encontramos con once puñaladas.

Mi lucha es la de todas las mujeres que viven acá en Paraguay y que luchan continuamente. Mi mensaje es que yo estoy luchando para defender la vida de los chicos y los ancianos, y de todas las mujeres. Y tenemos que luchar, y no voy a traicionar mi lucha, hasta la muerte.

Nos levantamos contra este modelo y decimos basta

Magui Balbuena: Si analizamos la situación del campo en relación a este modelo agroexportador, de agronegocios, es preocupante este modelo que aniquila al sector campesino, que expulsa a comunidades indígenas campesinas de sus lugares de orígenes, y que nos va desapareciendo de a poco. Este aniquilamiento es efecto de un modelo genocida, de la política impuesta por el imperialismo, aprobada por este gobierno y aplicada con reglas como a ellos les parezca, sin respetar a las comunidades, sin respetar la cultura, la forma de vida, la forma de producción, arrasando con todo.

Para nosotros, este modelo condena a nuestro sector. Por eso nos levantamos en lucha contra este modelo y decimos basta.

Un modelo alternativo. El objetivo de los encuentros es justamente fortalecer nuestra lucha, fortalecer el debate, los conocimientos, el intercambio, para poder enfrentar esta situación. En ellos se profundiza el modelo y se proyectan las alternativas: un modelo distinto donde nadie sea excluido.

Queremos un proyecto de sociedad donde todos seamos incluidos respetando nuestras culturas, nuestras formas de vida, el proceso que llevamos en este país los campesinos y campesinas y los pueblos indígenas.

Queremos participar y construir juntos un modelo donde se respete la vida, la cultura, donde se rescate nuestra identidad como pueblo, nuestra lengua, nuestras comidas, nuestras formas de vivencia y convivencia en las comunidades, nuestra forma de relacionarnos. Queremos formular —y estamos formulando— este modelo, que es totalmente opuesto al modelo agroexportador. A este imperialismo sólo le importan las ganancias, el lucro, y no le interesa que se destruya nuestro ecosistema, el medio donde vivimos, no le importa nada. Está destruyendo, no sólo con agrotóxicos; está modificando la vida de las plantas y los animales, y la vida de los seres humanos.

Con estos alimentos, con estos medicamentos que está usando la población, sin conocimiento —aunque sí sentimos los resultados, los efectos en la salud, en nuestra forma de vida, que va cambiando de a poco—, aparecen enfermedades, malformaciones, muchas plantas y animales desaparecen, ya no las conocemos más por el uso de los agrotóxicos.

Es un modelo perverso, un modelo que mata vida, por eso estamos en contra, por eso luchamos por la vida, y luchamos por un modelo diferente, por un modelo de sociedad en donde las riquezas, los patrimonios, estén al servicio de la gente, al servicio del pueblo, al servicio de los trabajadores y trabajadoras, al servicio de la humanidad, con un intercambio solidario y no de mercado, un intercambio donde, a partir de las necesidades de los seres humanos, se tenga en cuenta la producción y lo que se va a intercambiar entre los pueblos, sus productos, los alimentos.

Hoy no se tiene en cuenta las necesidades reales, sólo se tiene en cuenta el lucro. Eso es peligroso. Hay tanta hambre en nuestro país, en Latinoamérica y en todo el mundo, por la aplicación de este modelo perverso, de esta “revolución verde” que ellos llaman, de este modelo que prácticamente quiere hacer otra cosa de la humanidad, sin respetar todo el ciclo de vida, el progreso y el proceso de la humanidad.

Ellos interfieren y esa interferencia estamos sintiendo, esa interferencia nunca se le ha consultado al pueblo. Qué tipo de seres humanos, qué tipo de semillas, qué tipo de alimentos queremos nosotros. Todo nos imponen. Para ellos significa poder, control, significa expropiar los recursos de las manos del pueblo y dejarnos con las manos vacías. Eso para nosotros es fatal. Ya no tenemos propiedad sobre lo nuestro, sobre nuestras vidas, nuestra cultura, nuestra tierra, nuestra soberanía, nuestra semilla, ¿qué queda para el pueblo?

Frente a esto, planteamos la lucha. Una lucha frontal que debe, a la par, enfrentar el modelo y practicar un modelo diferente. Es muy difícil porque somos invadidos culturalmente a través de los medios, de los partidos de la derecha, de los aparatos de dominación que existen y que nos sofocan con sus programas y su propaganda. No es una tarea fácil el cambio de la conciencia, del pensamiento, de las prácticas y las actitudes de la gente, porque muchos ya estamos asumiendo como si fuera nuestro un proyecto totalmente ajeno. Y lo más terrible: en desconocimiento. La gente no conoce, no descubre, nadie le dice nada, entonces puede decir, puede comer, puede adoptar posiciones totalmente contrarias a ella misma o a él mismo. Es terrible, es nefasto, el proyecto de muerte que tiene el imperialismo, contra las pueblos. Para ellos no­sotros no existimos. Existe el mercado, existen los bancos, las financieras, que manipulan, que dominan a través de esos recursos que ellos tienen, a través de los medios de comunicación. Para ellos nosotros no existimos.


*El Encuentro fue organizado por la Coordinadora Nacional de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas del Paraguay (Conamuri). Ahí se desarrolló también el Foro Nacional de la Semilla como parte del lanzamiento de la Campaña Nacional por el Rescate de las Semillas y Plantas Nativas. El Primer Encuentro Latinoamericano de Mujeres Rurales y Urbanas por la Soberanía Alimentaria se realizó en Santa Fe, Argentina, entre el 28 y el 30 de octubre de 2005.


Julia Franco es dirigente nacional de Conamuri.

Javiera Rulli pertenece al Grupo de Reflexión Rural (grr) vive en Paraguay, y trabaja también con base-Investigaciones Sociales.

Petrona Villasboa es integrante de Conamuri.

Magui Balbuena es integrante la Coordinación de Mujeres Campesinas (a la que pertenece Conamuri) que forma parte del Movimiento Campesino Paraguayo (mcp). Fue una de las organizadoras del Encuentro de Asunción.

Entrevistas Maria Eugenia Jeria/AcBio, Agencia Biodiversidad en América Latina

Author: Julia Franco, Javiera Rulli, Petrona Villasboa y Magui Balbuena