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Dictadura y levantamiento popular

by Fernando Gálvez de Aguinaga | 16 Jan 2007

Oaxaca, México

Fernando Gálvez de Aguinaga

Sin duda, la represión creciente al pueblo de México y los signos insurreccionales que brotan de varios rincones de ese país hermano tienen repercusiones en todo el continente americano. Los militares disfrazados de policía han salido a las calles y la gente está impulsando respuestas de resistencia creativa para defender sus derechos fundamentales y sus propuestas de futuro. Presentamos un reportaje analítico y abrimos varias ventanas para intentar dar luz a lo que desde Oaxaca se avecina.


Hoy, México sufre la mayor concentración de riqueza en manos de unos cuantos empresarios en toda su historia moderna y el mayor deterioro del nivel adquisitivo del salario de las clases medias y bajas. Aunque no se concretó la privatización del petróleo, en el sexenio que termina avanzó abiertamente la privatización de la tierra, se legalizó la de las semillas, y se privatizó veladamente el agua: los tres núcleos de la vida y la producción agrícola.

El turismo, segunda fuente de divisas de Oaxaca, ha convertido a la capital en una de las ciudades más caras de México, pero los salarios continúan en los niveles más bajos. Quienes laboran en restaurantes, hoteles, bares, agencias de viajes y de autos, museos, galerías, balnearios y servicios turísticos, per­ciben salarios de miseria en comparación con los costos de vi­da y con las ganancias estratosféricas de los empresarios del ra­mo. Una casa en el centro de Oaxaca se cotiza a cientos de miles de dólares mientras que el salario mínimo apenas alcanza los ciento cincuenta dólares mensuales.

Desde hace tres sexenios, la bonanza de po­líticos y empresarios se refleja en el lujo de sus mansiones y en la circulación de autos Mercedes, bmw, Jaguar y Rolls Royce. Este lujo contrasta groseramente con la multitud de indigentes que deambula por la ciudad o los campesinos desesperados que caminan vendiendo fruta o artesanías de puerta en puerta o entre las mesas de los negocios de comida y bebida.

Lo paradójico es que, en Oaxaca como en el resto de México, son las clases más desposeídas y las más agredidas por el sistema político y económico que nos gobierna quienes mantienen a flote la economía y permiten que la sociedad siga funcionando.

Son los campesinos e indígenas que tuvieron que abandonar o vender sus tierras buscando alguna oportunidad laboral en Estados Unidos quienes aportan la mayor entrada de divisas e invierten en la entidad y el país, vía las remesas, más que los hombres de negocios.

Los millones de hombres y mujeres —la mayoría campesinos—, que abandonan su familia, su cultura, sus pueblos y sus tierras son muchos más que los ciudadanos que huyeron de Líbano durante la reciente guerra. Y es porque están desesperados, es porque viven en un sistema diseñado para desplazarlos de su bienestar mínimo y despojarlos de todo.

Los desplazados mexicanos migran hacia una realidad que que los vuelve ilegales pese a que su mano de obra es importante sostén de la economía estadunidense. La militarización de la frontera con Estados Unidos cierra la única válvula de escape para una sociedad rural, empobrecida y reprimida sin piedad por tres gobernadores consecutivos, que sufre además la agresión sistemática que los gobiernos estatal y federal, las empresas y los tres poderes del Estado mexicano, avientan sobre el campesinado mexicano. El poder legislativo se ha dedicado a aprobar leyes para desmantelar su actividad agraria y desprotegerlos frente al acaparamiento de la tierra.

El poder ejecutivo se empeñó en impulsar acuerdos comerciales a todas luces desventajosos para los productores locales y desistió de su obligación de defenderlos ante las políticas y leyes discriminatorias que les aplican en Estados Unidos de Norteamérica. El poder judicial ha rechazado sistemáticamente la posibilidad de defender a la franja campesina/indígena frente a esta embestida.

Una región eminentemente agraria como Oaxaca entró al conflicto actual en un clima de desesperación social y, aunque estalló montada sobre el movimiento magisterial, lo trasciende.

Es el hartazgo de la población ante las políticas que desmantelan el campo, el mercado interno y las posibilidades de un bienestar mínimo para las familias mexicanas. Por si fuera poco, la ceguera de los tres poderes del Estado mexicano y de todos los partidos los ha llevado a legislar e imponer políticas y leyes contrarias a una verdadera inclusión de los pueblos originarios en el proyecto de nación: la diversidad indígena de Oaxaca es la fuerza más numerosa de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (appo).

Afirmamos que debemos impulsar una actitud y capacidad propositiva basada en la riqueza, la experiencia y la sabiduría de nuestros pueblos indígenas, dado que nuestras culturas, procesos de autonomía y organización, el trabajo colectivo, entre otros elementos comunitarios, constituyen las claves de construcción de cualquier alternativa social y política.

Declaración del Foro de los Pueblos Indígenas de Oaxaca,

29 de noviembre de 2006

El estallido social de Oaxaca es también un movimiento de au­todefensa de la población ante la forma facciosa en que se utilizan las instituciones y la represión indiscriminada mediante las fuerzas del orden y de grupos parapoliciacos y paramilitares para sostener ese proyecto de nación. Las órdenes de aprehensión con sesgo político, el asesinato de líderes campesinos o sociales, la corrupción de los órganos de justicia, son una realidad cotidiana que enfrentan los pueblos de todo el territorio nacional. Muchas de las organizaciones aglutinadas alrededor de la appo e incluso otras que han actuado durante el conflicto de más de doscientos días, tienen entre sus agravios decenas de muertos, presos políticos, casos de tortura y otras violaciones a los derechos humanos.

Oaxaca expresa también un creciente sentir nacional: los legisladores crean leyes a la medida de grupos de interés económico extranjeros y locales, los aparatos de justicia están tan corrompidos que actúan por consigna política o vendiéndose al mejor postor. Los gobernadores y el presidente (el anterior y el ahora impuesto) trabajan en pos de la rentabilidad política y de los intereses de grupo de sus partidos o de los empresarios y banqueros que los patrocinan. El sistema electoral está tan podrido que gran parte de las elecciones en los estados y municipios se resuelve en tribunales (incluida la elección federal), trasladando la voluntad ciudadana a la interpretación amañada que de la ley hacen los magistrados. Ulises Ruiz, gobernador de Oaxaca, y el ahora presidente impuesto, Felipe Calderón, llegaron al poder gracias a los votos dentro del Tribunal Electoral y no a los votos en las urnas.

Cancelar las vías democráticas, la certeza del sufragio y la libertad de expresión, cerrar instalaciones periodísticas, amenazar a periodistas y luchadores sociales, encarcelar o liquidar opositores, generó lo que hace mucho no había sucedido en Oaxaca: que la ciudadanía, las organizaciones sociales y no gubernamentales, los ecologistas y colectivos independientes de artistas, se volcaran a embonar sus demandas en un movimiento magisterial que año con año lucha por mejorar su salario y las condiciones paupérrimas en que laboran —escuelas sin bibliotecas y aulas dignas, sobrecupo de alumnos y por ende trabajo desmedido y mala atención de los pupilos. Ese conglomerado social que representa a la mayoría del pueblo de Oaxaca es lo que se aglutina hoy bajo las siglas de la appo.

La appo demuestra que es posible un gobierno popular sin la presencia de la maquinaria burocrática, los partidos políticos institucionalizados y sin los voraces funcionarios corruptos que por más de 81 años han vivido a costa del erario y que pretenden seguir gobernando aun en contra de una visible y beligerante oposición de la mayoría del pueblo oaxaqueño.

Gilberto López y Rivas,

La Jornada, 20 de octubre

El reclamo de rezonificación de los maestros viene aparejado con la necesidad de un mejor nivel salarial de la clase trabajadora oaxaqueña y condiciones de vida viables para la clase campesina, prácticamente desmantelada desde el salinismo hasta nuestros días, vía las reformas al artículo 27 de la Constitución y la implantación del Tratado de Libre Comercio: dos elementos que tuvieron el apoyo y asesoría incondicional de muchos intelectuales que hoy son pilares de la justificación del fraude electoral a nivel nacional.

La appo también exige una reforma de las instituciones gubernamentales, mismas que han demostrado su falta de capacidad para operar la crisis y solucionar las causas de la misma. Reclama los espacios de vida democrática secuestrados por una clase política corrupta y por los grandes grupos de interés económico, que dejaron a la sociedad sin canales de expresión, sin instituciones que gestionen su problemática ni espacios jurídicos para resolver sus demandas.

Es una caravana de la muerte, que todo el día de hoy ha estado recorriendo la capital de Oaxaca, disparando contra población civil desarmada e indefensa, con armas de fuego. Son guardias blancas, paramilitares, policías y según supimos hace unos días tras la detención de uno de ellos, habría tambien militares en estos recorridos de la muerte. Centro de Medios Libres-df, http://cml.vientos.info

No es casual que uno de los elementos centrales de la fuerza de este movimiento haya sido la toma de medios de comunicación privados y públicos: la sociedad necesita espacios de información y expresión.

Uno de los mayores aportes de la appo a la lucha del pueblo de México contra el sistema que lo oprime es su organización con una amplia dirigencia colectiva y canales para someter a sus líderes a una asamblea popular que les impide negociar en lo oscurito con las instituciones gubernamentales, pues los resolutivos tienen que ser aprobados en asamblea antes que en la mesa de negociación. Formas de organización así se desprenden de las formas tradicionales de asamblea indígena, una adopción organizativa natural si pensamos que en Oaxaca los pueblos indígenas representan el 70 por ciento de la población.

Ulises Ruiz entró a gobernar con la sospecha de un fraude a cuestas y hoy el partido en el poder, Acción Nacional (pan), está aliado con el pri para sostener a un gobernador que es rechazado por la mayor parte de la ciudadanía de Oaxaca. Para apaciguar al pueblo que no lo había elegido en las urnas, Ruiz se dedicó desde el primero de diciembre de 2004 a reprimir movimientos indígenas, campesinos, organizaciones no gu­bernamentales y medios de comunicación críticos a su persona y proceder.

En el primer año de su gobierno, los asesinatos políticos y el encarcelamiento de opositores se multiplicaron, las amenazas han sido moneda corriente, defensores de derechos humanos sufrieron robos de equipos de cómputo en sus casas, amenazas e incluso fueron ultimados.

Apenas veinte días después de las cuestionadas elecciones federales, Felipe Calderón se reunió en Huatulco, Oaxaca, con Ulises Ruiz en un encuentro que podemos leer como el amarre de una alianza entre el pri y el pan para sostener la gobernatura de uno y la entrada a la presidencia del otro. La alianza ha sido estratégica e incondicional en los momentos más críticos para ambos, por lo que se desprende que el ruiderío provocado por declaraciones de panistas cuestionando a Ruiz o de priístas fintando inasistencia a la toma presidencial, no fueron más que una cortina de humo, un show para no perder simpatías de sus correligionarios.

Al final, en el momento en que los panistas podían votar por la desaparición de poderes en Oaxaca, optaron por sostener al gobierno del priísta, y cuando la situación social se le escapaba de control al gobernador, las fuerzas policiacas y militares fueron enviadas para sostenerlo e intentar acabar con el movimiento popular oaxaqueño.

Del mismo modo, los priístas acudieron a la toma de protesta de Calderón sin chistar. En la misma fecha que el panista se convertía en presidente, el priísta cumplía dos años en el poder y desde ese instante, de darse un interinato en Oaxaca, ya no tendrá que convocarse a elecciones, como señala la Constitución estatal.

Sin embargo, esta alianza visible entre Ruiz y Calderón significa que el país entra en un régimen de excepción. Más allá de si Calderón ganó o perdió las elecciones, lo cierto es que en aras de obtener el apoyo del pri, el gobierno federal junto con el gobierno oaxaqueño generaron un estado de sitio en Oaxaca.

¿Acaso es propio de un régimen demócratico asesinar, hacer desapariciones forzadas, apresar por causas políticas a los ciudadanos, coartar la libertad de expresión, torturar?

Parece absurdo tener que recordar que Oaxaca es parte de México, que no es un país aislado donde gobierna Ulises Ruiz (solo, con sus pistoleros). El Senado de la República y el Ejecutivo, representado antes en Vicente Fox y hoy en Felipe Calderón, han sostenido en la entidad sureña un clima propio de dictadura política.

Los operativos de noviembre estuvieron perfectamente articulados por el poder federal y estatal. ¿Cómo puede interpretarse el hecho de que la señal de todas las radios, incluidas las comerciales, fuesen interferidas durante los enfrentamientos entre las fuerzas represivas y el pueblo, o que diversos blogs críticos fuesen bloqueados en una tarde? Actuaron coordinados los elementos de la Policía Federal Preventiva (pfp), los escuadrones de la muerte vestidos de civil, y la policía ministerial. Desde la ocupación de la pfp el 30 de octubre, Oaxaca vive una agresión sistemática contra el movimiento popular por parte de las fuerzas federales, sin que se haya dado ninguna detención de paramilitares ni de funcionarios corruptos del gobierno de Ruiz.

Para dimensionar la violencia policial, basta con entrar a Internet, por ejemplo a la página de Indymedia, para encontrarse videos que registran numerosas violaciones a los derechos humanos, grupos grandes de policías gol­pean­do a un solitario e indefenso manifestante, niños rociados con gases o líquidos químicos desde una tanqueta, detenciones violatorias de las garantías individuales y hasta una toma en que de pronto se interpone un granadero de la Policía Federal Preventiva, pone su tolete frente a la cámara y amenaza al camarógrafo con me­terle un balazo, casi como relevando en su tarea a los sicarios que asesinaron dos días antes a Bradley Will.

¿Qué sigue? Nadie está seguro. Es como si la luz atravesara el cristal. O bien lo quema o bien pasa a través de él. Lo que está claro es que esto es más que una huelga, más que la expulsión de un gobernador, más que un bloqueo, que la unión de diferentes elementos. Es una revuelta popular genuina. Y luego de décadas del priísmo gobernando mediante el soborno, el fraude y las balas, la gente está cansada.

...Una muerte más, otro mártir en esta guerra sucia, otro momento para llorar y lastimarse, otra oportunidad de conocer el poder y su horrible cabeza, otra bala rasga la noche, otra más en las barricadas. Alguien mantiene las fogatas. Otros se envuelven y duermen. Pero todos están con él mientras descansa, una última noche, bajo su mirada.

Bradley Will, “Muerte en Oaxaca”, 16 de octubre, última información a Indymedia, once días antes de ser asesinado por efectivos paramilitares en Oaxaca, mientras documentaba con su cámara las agresiones a los bloqueos.

La esquizofrenia del gobierno federal los hizo optar por medidas altamente violentas para intentar dispersar al movimiento popular de Oaxaca, pero una vez realizado el trabajo sucio, no saben cómo asumir sus propias acciones y responsabilidades y niegan la realidad que circula ampliamente en los medios: hubo muchos heridos, decenas de aprehendidos por razones políticas y hay veinte muertos desde el inicio del conflicto.

El premio para el operador de la represión, Eduardo Medina Mo­ra, fue nombrarlo procurador general de la República. Al menos hasta la votación del cargo, se prolonga la alianza entre Calderón y Ulises, pues a pesar de que el priísta no puede tener sino agradecimientos por haberlo apuntalado y protegido, ya sabemos que el voto del pri en el Senado para ratificar al procurador es ahora otra moneda de cambio que se puede utilizar para seguir obteniendo favores de la federación, y ésa será la tónica de un sexenio en que el pri venderá caros sus votos en el Congreso.

Las acciones del gobierno federal —que parecen una calca de las de Ulises Ruiz— desgastan todavía más las instituciones del Estado y abonan el camino para una explosión social de dimensiones nacionales. Encarcelando, de­sapareciendo y torturando a cientos de personas no se puede de­sactivar el descontento de cientos de miles de ciudadanos. Lo único que el gobierno federal y estatal van a conseguir es radicalizar a sectores que habían optado por la movilización pacífica pero que de un momento a otro podrían engrosar las filas de los movimientos armados.

Son muchas las voces que denuncian la existencia de grupos parapoliciacos vestidos de civil, que transportados en camionetas sin placas recorren

la capital levantando cuanta persona les parece sospechosa; que la Procuraduría General de Justicia en el estado ha implementado “fiscalías especiales” que se presentan en cualquier lugar para detener “en flagrancia” a quienes consideran enemigos del gobernador.

Francisco López Bárcenas, abogado mixteco, 8 de diciembre de 2006.

El arresto de simpatizantes del movimiento oaxaqueño en otras entidades del país o de algunos dirigentes de la appo en el Distrito Federal, el traslado de los presos políticos al lejano Nayarit, sólo sientan las bases para que el conflicto se extienda a todo México y para que organizaciones sociales opositoras —que nunca han sido aliadas— confluyan en un frente de izquierda similar a la appo pero a nivel nacional.

Cuando se instala como normal una política violatoria de las garantías individuales en una región que concentra casi 20 por ciento de los municipios de México, pensamos que hay un embate violento contra las instituciones y la Carta Magna, por parte de quienes detentan el poder político en México.

En Oaxaca se cayeron los disfraces democráticos. Lo que ahí se vive es más cercano a una dictadura que a un orden democrático, a menos que quienes defienden al régimen concluyan que la pfp impuso una “democracia oaxaqueña” como la “democracia iraquí” que, con la asesoría del Instituto Federal Electoral mexicano, el gobierno de George Bush llevó tan decentemente a Medio Oriente.

El mismo día que el discurso beligerante de la Casa Blanca era derrotado en las urnas, aquí Felipe Calderón lo adoptaba como suyo: “La lucha contra el terrorismo en nuestro país va costar vidas humanas”.

No hay regreso a la normalidad fincado en el uso de la violencia. No hay forma de sanear el tejido social con la ocupación policiaca. La gobernabilidad requiere de la aceptación de que los gobernados reconozcan la legitimidad de sus mandatarios. Esa aceptación no existe y no vendrá con toletes y botas. Por el contrario, el fermento de la inconformidad se ha esparcido a todos los rincones de la entidad con el nuevo agravio.

Luis Hernández, La Jornada, 31 de octubre de 2006

Esta interpretación torpe y delirante de la realidad, refleja el intento de la clase gobernante por sostenerse en el poder mediante los militares y los policías, en lugar de buscar la construcción de un gran acuerdo nacional que modifique de una vez y por todas la desgarradora situación de miseria en que se encuentra sumida la mayoría de los mexicanos. Es el intento desesperado de seguir transfiriendo el patrimonio nacional, y la riqueza generada por el conjunto de la población, a un grupo de magnates mexicanos y extranjeros sin escrúpulos, beneficiarios todos de las políticas implantadas por el Estado mexicano. Oaxaca es una advertencia viva, actuante, de lo que puede ser en unos meses la realidad nacional.

 

Oaxaqueños

El verano de su descontento

Hermann Bellinghausen

Noches atrás, un reportero de televisión los llamaba “sujetos”, para diferenciarlos de sí mismo y de la policía robocópica que los agredía en ese momento, para quienes reservaba el “personas” y el “nosotros”. Y pensé en lo mal repartidas que están las cosas.

Los “sujetos”, que la pantalla presenta como una mera emanación del caos, están en la primera línea de la resistencia de todo un pueblo, aunque el tirano intente borrar con una arbitraria reducción de cifras a quienes llevaron adelante el verano de su descontento (unos “3 mil revoltosos”, “una sola avenida”), y hoy sufren el asedio de batallas que, aunque insistan los represores, distan de ser finales.

“Les van a faltar cárceles”, desafiaba un maestro en el Zócalo oaxaqueño hace ya tres meses. Detrás de esos “sujetos” arrojando piedras y cocteles incendiarios contra tanquetas electrificadas y líneas grises de agentes blindados que vienen a desalojarlos, se encuentra un pueblo. Mejor dicho, muchos pueblos, pues Oaxaca es el mosaico de pueblos y culturas más diverso del país. Tal es la evidencia que la policía federal, el ministerio público, los discursos de Presidencia y el gobernador, los pistoleros y policías disfrazados, los medios de comunicación y el futuro presidente pretenden borrar.

Si en verdad fueran “centenares de sujetos”, un día hubiera bastado para someterlos. Es toda una ciudad. Y más que eso. La resistencia en la capital de Oaxaca la hacen millares de pobladores de allí, y campesinos, maestros y estudiantes de todo el estado que, como se sabe, es muy grande. La ciudad refleja a la entidad, la contiene. Si el gobierno priísta amaga con soltar 20 mil adeptos para instaurar su orden, es posible que los tenga. Y qué. No hacían falta las elecciones del 2 de julio para probar que la resistencia oaxaqueña la respaldan centenares de miles, quizá millones. El priísmo decrépito sólo aspira a aumentar el dolor de su pueblo (que es lo último que importa a estos nuevos próceres dispuestos a sobrevivir aún sobre un campo de muertos: se llama fascismo).

Cosificar al pueblo, reducirlo, criminalizarlo, son intentos desesperados por quebrar algo inédito: la sublevación de pueblos enteros, respaldados por su extensísima diáspora en el país y Estados Unidos.

La desigualdad en México es desesperante, espantosa, asquerosa. Invisible para quienes no la padecen. Las malas noticias del movimiento popular oaxaqueño es que eso existe. Que el sistema político y económico es criminal. Destruye el campo, y con él los pueblos. Aniquila los tejidos comunitarios, las tradiciones de nuestra riqueza plural. Más que proletarizar, lumpeniza a las personas, las machaca y desconstruye. Detrás de la escenografía urbana de centros comerciales, avenidas y zonas residenciales que uniforman y americanizan el paisaje urbano, de norte a sur existe el México de la pobreza, pero también de la comunalidad y la resistencia.

Los mediáticamente desdeñables “appos”, que para colmo no respetan a los reporteros mentirosos y vendidos, componen, por millares, una estructura social iné­dita en nuestro país (cuando menos). Estamos hablando de Oaxaca, la tierra del tequio o trabajo colectivo gratuito para el bien general, y de la comunalidad, esa riqueza civilizatoria profunda (Guillermo Bonfil dixit) de los pueblos mesoamericanos que 500 años de colonización no han logrado quebrar, y hoy levanta barricadas.

Oaxaca prueba, como lo hacen los mayas de Chiapas desde la década pasada, que la comunalidad es una forma elevada de convivencia, y que llegados al extremo de no dejarse más y no morir, es un instrumento de la resistencia, un arma casi invencible, no importa cuántos ejércitos o policías los aplasten y sobrevuelen. Ante la determinación de los oaxaqueños, también les van a faltar cementerios. Si los foxes y calderones, los mandos de la Policía Federal Preventiva y los cerebros de la “seguridad nacional” (que al verlos “operar” uno se pregunta si cuidan la de México o la de Washington) no entienden que lastimar a un pueblo que se defiende, con razón y con razones, les asegura la ignominia histórica en un plazo no lejano, mal nos irá en lo inmediato.

La ficción neoliberal, su peña de millonarios obscenamente ricos y su nube de clases medias hipnotizadas en la Jauja virtual de los patrones han encontrado en el heroísmo de los indígenas y mestizos oaxaqueños —purititos mexicanos de bien abajo— la horma de su zapato. Insistan en su intocable Ulises y su chuequísimo “estado de derecho”. Anden, coman lumbre. La historia no los absolverá, y mucho menos la memoria del pueblo mexicano.


Una versión ligeramente distinta apareció en La Jornada, 6 de noviembre de 2006

Hermann Bellinghausen es sin duda uno de los reporteros más destacados de América Latina. Es colaborador de La Jornada y director de Ojarasca, revista con 17 años de documentar la realidad, visión y profundidad de los pueblos indígenas del continente.

 


Fernando Gálvez fue director del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (iago). Es promotor cultural y editor en Xalapa, Veracruz.

Author: Fernando Gálvez de Aguinaga
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